Las tinieblas y el abla, Ken FolletMira que me había dicho a mí mismo que ya no más, que hasta ahí habíamos llegado. Mira que después de Una columna de fuego, que ya te reseñé aquí, me había jurado no volver a perder el tiempo con la serie medieval de Follet. Ay, pero qué poca palabra tengo. Sí, una vez más no he podido resistirme y he caído en la tentación... 

¿Y tú? ¿Ya te has leído la precuela de Los pilares de la tierra, la novela histórica más vendida del siglo XX? ¿Todavía no? Pues quizá sí la hayas leído, aunque pienses que no...

En efecto: te va a dar la sensación de que ya la has leído. O, al menos, eso es lo que me pasó a mí: tuve un peculiar déjà vu, la impresión de estar pisando terreno muy, muy familiar, como si todos los protagonistas fueran viejos conocidos pese a no habérmelos cruzado nunca antes. Al menos no con sus mismos nombres, aunque mira que se parecen a otros ya conocidos. Claro que esto, según el tipo de lector que seas, puede ser muy malo o muy bueno... 

 

Las tinieblas y el alba, Follet

Las tinieblas y el alba, de Ken Follet

Año 997, finales de la Edad Oscura. Inglaterra se enfrenta a los ataques de los galeses por el oeste y de los vikingos por el este. La vida es difícil y aquellos que ostentan algo de poder lo ejercen con puño de hierro y, a menudo, en conflicto con el propio rey.
En estos tiempos turbulentos, tres vidas se entrecruzan: el joven constructor de barcos Edgar, a punto de fugarse con la mujer a la que ama, comprende que su futuro será muy diferente a lo que había imaginado cuando su hogar es arrasado por los vikingos; Ragna, la rebelde hija de un noble normando, acompaña a su marido a una nueva tierra al otro lado del mar solo para descubrir que las costumbres allí son peligrosamente distintas; y Aldred, un monje idealista, sueña con transformar su humilde abadía en un centro de saber admirado en toda Europa. Los tres se verán abocados a un enfrentamiento con el despiadado obispo Wynstan, decidido a aumentar su poder a cualquier precio..

 

Lo que te decía: mismo escenario, mismo mundo. Y también mismos recursos literarios. Exactamente los mismos: Follet ha encontrado la fórmula de los huevos de oro y no piensa variarla un ápice, no sea que en el proceso pierda su magia.

Pero qué quieres que te diga: aburre. Hastía. Decepciona. Engaña.

Me explico, porque ya sé que muchos me van a matar. ¡Cómo se me ocurre tocar al maestro, con lo entretenido que es! Y no dudo de que lo sea, si te entretienen este tipo de historias, pero de ahí a ser un maestro va un mundo. Al menos, no en este libro, no en esta serie. En sus páginas solo hay una fórmula literaria aplicada con precisión. No hay un ápice de originalidad ni de vida. Claro que, es verdad, no le hace falta, porque así le va muy bien...

En sus páginas solo hay una fórmula literaria aplicada con precisión. No hay un ápice de originalidad ni de vida. Claro que, es verdad, no le hace falta, porque así le va muy bien...

Los personajes de Follet no pueden ser más planos: aunque les atropelle un camión por ponerse en medio de la carretera, seguirán poniéndose en medio de la carretera una y otra vez. No aprenden, no evolucionan, no avanzan. Son exactamente los mismos al principio que al final, como si toda su peripecia vital no les hubiera enseñado nada. 

Los personajes de Follet, además, son puro maniqueísmo: malos malísimos, tan malos que te producen náuseas, sin un ápice de bondad, sin un mínimo matiz de gris, no vaya a ser que el lector se confunda; y, claro, buenos buenísimos, tan buenos que parecen mantecados, incapaces de ver las trampas que una y otra vez les tienden los malos malísimos, sin un gramo de maldad, cómo van a tener siquiera un medio mal pensamiento, ellos, los protas de la historia. Claro que tampoco importa mucho que no las vean venir: sí, lo has adivinado. Al final son los que ganan...

Pero hay más. Hay algo en la forma de narrar de Follet que acaba por sacarme de quicio, y no ha sido hasta esta entrega que he comprendido qué es (ya, llámame lento...): su obsesión por explicarlo todo. Su necesidad vital de explicarle al lector hasta el más mínimo detalle del contexto histórico o de los pensamientos de sus personajes, aunque para eso tenga que poner en sus bocas palabras que jamás pronunciaría alguien con dos dedos de frente, de pura obviedad.

Hay algo en la forma de narrar de Follet que acaba por sacarme de quicio: su obsesión por explicarlo todo. Su necesidad vital de explicarle al lector hasta el más mínimo detalle del contexto histórico o de los pensamientos de sus personajes...

Claro que lo hace a propósito, y por una buena razón: es su forma de explicar el contexto de la época, de conseguir que el lector entienda qué sucede. Y sin duda es una de las razones que explican su éxito. Pero qué quieres, a mí me hastía y me saca de la narración porque tanta explicación obliga a retorcer la verosimilitud hasta dejarla hecha un trapo. Imagínate que te encuentras con un amigo por la calle y que te cuenta, yo qué sé, que en el Congreso de los Diputados han aprobado no sé qué ley, y tú le respondieras con completa seriedad:

—Claro, el Congreso de los Diputados, en esta época, es una cámara formada por los representantes de la ciudadanía elegidos cada cuatro años por sufragio universal. Una de sus funciones es la de aprobar las leyes, por eso han aprobado esa ley que me comentas.

Tu amigo se te quedaría mirando con ganas de preguntarte dónde has conseguido esos tripis tan buenos que te has comido.

Pues a eso me refiero.

Todo lo cual no quita para que te lo pases muy bien leyendo a Follet. Y muy mal, también. Follet ataca directamente a las tripas y juega muy bien con las emociones... que, al cabo, son las que hacen que sigamos leyendo hasta el final. Todo lo malo que pueda pasar, va a pasar, y cada pocas páginas, además, la historia va a retorcerse un poco más para que no se te ocurra dejar de leer. Que funciona está claro: no para de vender. 

Pero qué quieres que te diga. Esta vez he terminado harto de tanta vuelta de tuerca. Con la sensación de que el autor me cogía de la mano y me guiaba hasta la página de salida, no fuera a perderme por el camino, o peor todavía, a terminar pensando por mí mismo.

Creo que la buena literatura es la que provoca, la que estimula, la que revuelve los esquemas preconcebidos y te obliga a replantearte tus convicciones. Creo que la buena literatura es la que rebosa vida y contradicciones, la que hace pensar, la que sugiere y no muestra, la que descubre mundos internos y externos.

En Las tinieblas y el alba no he encontrado nada de esto. Eso sí: es de lo más entretenida. Si lo que buscas es más de lo mismo, historias de fácil digestión para pasar el rato y olvidar a los dos días, es una buena opción. Aunque te aseguro que ahí fuera hay cien mil novelas que, además de entretenerte tanto o más que esta, se te quedan muy dentro...

Claro que si eres de los que prefieres probar por ti mismo, algo que me parece muy bien, por supuesto, aquí abajo tienes los enlaces para que puedas perder el tiemp... digo, experimentar...

   

 

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