Una de las mejores formas que conozco para disfrutar con la historia son las novelas gráficas: la historia imaginada y recreada por la feliz combinación de un guionista y un dibujante. Hay algo en las imágenes dibujadas, una fuerza y un poder de evocación que difícilmente pueden ser igualados por una descripción, por muy hábil que esta sea.
Y es que una cosa es leer que un personaje entra en un territorio virgen y otra muy distinta caminar a su lado, subirse a una canoa con él, observar juntos el bosque impenetrable que os rodea mientras avanzáis hacia el oeste. Está claro que una novela gráfica siempre ofrecerá, por requerimientos ineludibles del género, una información mucho más reducida que la que puedes encontrar en un libro de historia, pero, a cambio, te permitirá sumergirte en la época como si acabaras de atravesar un túnel del tiempo...
Tocqueville, de Kévin Bazot
Verano de 1831: dos franceses inician una aventura única por el norte de América. Se adentran en la región de los Grandes Lagos en busca de los últimos reductos libres de la presencia de europeos. Su viaje, duro y fascinante, les permite ponerse en contacto con las últimas tribus de indios americanos y presenciar y relatar el final del Nuevo Mundo. Desde el oeste, la febril urbanización del continente avanza sin remedio, impulsada por un país joven e impetuoso: Estados Unidos de América.
Alexis de Tocqueville fue un noble, historiador y filósofo francés del siglo XIX conocido, sobre todo, por su obra La democracia en América, en la que analizó las fortalezas y debilidades de la naciente democracia americana y que se convirtió de forma casi inmediata en una de las obras más influyentes de la sociología y la política de la época. El libro fue el resultado de un viaje del autor por Estados Unidos realizado en 1831.
Fue un viaje fructífero como pocos. Además de la citada obra, Tocqueville también publicó un estudio sobre el sistema penitenciario estadounidense y esta obra de la que hoy te hablo, que en su versión escrita se tituló Quince días en el desierto.
Estamos, sin duda, ante una obra menor: casi una anécdota, un pequeño viaje dentro de un viaje, una expedición que Tocqueville y su amigo Gustave de Beaumont realizaron en el verano de 1831 por las zonas de los Grandes Lagos todavía no colonizadas por los europeos. Un viaje en el que ambos, asombrados por el rápido avance de la expansión europea hacia el oeste, buscaban restos de autenticidad: zonas no exploradas, pueblos que todavía se mantuvieran al margen de la penetración europea.
El resultado de su viaje sobrepasó sus expectativas: Tocqueville y Beaumont recorrieron bosques vírgenes y alcanzaron territorios desconocidos en los que pudieron sentir en sus propias pieles la inmensidad de la naturaleza americana.
El resultado de su viaje sobrepasó sus expectativas: Tocqueville y Beaumont recorrieron bosques vírgenes y alcanzaron territorios desconocidos en los que pudieron sentir en sus propias pieles la inmensidad de la naturaleza americana.
Tocqueville. Hacia un nuevo mundo es una adaptación del relato que el autor hace en Quince días en el desierto de esta experiencia. Más allá de la anécdota y de la belleza de las ilustraciones—que muestran con magnífico acierto la majestuosidad de los bosques americanos—, lo realmente fascinante es la descripción de ese territorio indefinido, de esa frontera móvil en la que unos cuantos inmigrantes, gentes recias, van adentrándose poco a poco, de esa tierra de nadie que todavía no está colonizada, pero que ya no permenece virgen de europeos: la verdadera frontera en su estado más puro, más vivo y salvaje, que muestra al ser humano desnudo, con todas sus contradicciones, su codicia y su generosidad.
Tocqueville. Hacia un nuevo mundo no nos habla de la gran historia, no refleja procesos históricos trascendentales. Más bien, navega por el margen, por el territorio de lo casual y lo anecdótico. Y, sin embargo, se trata de una novela gráfica profundamente histórica, que refleja con exactitud un momento clave de la edad contemporánea: el preciso instante en que comenzó la expansión americana hacia el oeste. Y, además, es una delicia para los sentidos, uno de esos libros que te hacen soñar con viajes de aventuras y exploración...
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