Hacía tiempo que le tenía ganas a Ottessa Moshfegh. Todo cuanto había leído sobre la autora hablaba de una supernova de la literatura, una escritora valiente, que se sale de los caminos trillados, que ahonda en la esencia humana como pocas veces, áspera y compleja. Literatura en estado puro, en cierta forma.
Con esa presentación, la curiosidad era inevitable. ¿Se trataba solo de una magnífica promoción o había algo verdadero tras tanto halago?
Así que cuando se publicó Lapvona, no me lo pensé. Y el resultado hace justicia a las críticas... Pero, como suele pasar, no dice toda la verdad.
Lapvona, de Ottessa Moshfegh
En la aldea medieval de Lapvona, el pequeño Marek vive en la más absoluta pobreza con su padre Jude, viudo, devoto y agresivo. Cojo, con la cara deforme y una concepción distorsionada de la realidad, Marek solo halla consuelo en su temor de Dios y en sus visitas a Ina, una anciana con saberes ocultos que vive alejada del mundo. Cuando una muerte violenta lo sitúa en el epicentro de la vida palaciega, Marek pasa a convertirse en un auténtico aristócrata dentro de la corte del corrupto y ensimismado señor feudal que gobierna Lapvona. Sin embargo, su nuevo estatus se verá amenazado por la llegada de una misteriosa mujer embarazada, de rasgos sospechosamente similares a los suyos.
Pocas veces me he encontrado un libro como este. Una novela histórica de ambientación medieval que retrata un mundo descarnado. Un cuento de hadas vuelto del revés, la antítesis de una lectura placentera. Una Edad Media tan cruda que la lectura, por momentos, se hace difícil de digerir.
En cierta forma, el mundo desquiciado que retrata Moshfegh es el retrato perfecto de los cuentos más oscuros que tantas veces hemos imaginado, esa Edad Media mísera y brutal en la que la vida humana no es más que un accidente. Yo mismo he retratado en mis novelas un mundo muy similar, una época de desigualdades e injusticias convertidas en norma.
Pero Moshfegh no da tregua, no ofrece ninguna tabla de salvación al lector. No se compadece de quienes se sumergen en sus libros. Muy al contrario, se recrea en la sordidez más desnuda. Su escritura es puramente sensorial, tremendamente gráfica, repleta de vísceras, abortos, violaciones, deformidades, hedores y brutalidades. Plasma un mundo que por momentos parece pura alucinación, un universo envuelto en brumas de hiel, obsceno y provocador, que la autora utiliza para reflexionar sobre el poder y sus efectos sobre quien lo ejerce y quienes lo padecen.
El problema, no obstante, no es tanta crudeza desnuda, sino su aire de cuento inconcluso, su escritura por momentos errática que resta credibilidad a los personajes y los convierte en muñecos azotados por un destino caprichoso.
Sí, Moshfegh es una escritora valiente, que se sale de los caminos trillados, en eso las críticas tienen razón. Otra cosa es que sepa adónde va. Aun así, si tienes un estómago valiente, esta es una buena opción para leer algo muy poco habitual.
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