En busca de la utopía, primer informe

Viajo en la Salvaje, mi furgoneta camperizada, persiguiendo historias, lugares y momentos.

Si lees habitualmente este blog, ya sabrás que en junio de este año inicié un viaje por las ecoaldeas y experiencias de vida comunitaria de este país movido por la curiosidad, como siempre, y con una pregunta como guía: ¿existen alternativas a nuestra forma de vida, hay opciones viables a este sistema económico, político y social en el que estamos inmersos?

El planteamiento inicial no podía ser más sencillo: vivimos en un sistema que hace aguas por todas partes. En los últimos cuarenta años, el neoliberalismo más despiadado ha incrementado las desigualdades sociales hasta extremos indecentes, los ecosistemas están cada vez más arrasados, el planeta entero se va a la mierda de la mano del cambio climático, los Estados reaccionan volviéndose cada vez más autoritarios, el trabajo es tan escaso como mal remunerado... Ante esta situación, ¿es posible vivir de otra manera, poner el acento en otros valores, llevar una vida más plena, comunitaria, igualitaria y satisfactoria?

Esos fueron los motivos que hicieron que me pusiera en marcha para visitar ecoaldeas y proyectos que estuvieran desarrollando diferentes economías, distintas formas de relación grupal, nuevas actitudes de respecto a la naturaleza que nos acoge.

Ya he terminado la primera parte del viaje y estoy a punto de iniciar la segunda. Y os aseguro que está siendo un viaje excepcional...

 

El proyecto

Aunque en un primer momento me planteé la posibilidad de visitar todas las ecoaldeas del país para formarme una idea cabal de hasta qué punto estas funcionan y ofrecen alternativas válidas, pronto me di cuenta de que se trataba de un proyecto muy complicado: afortunadamente, existe un gran número de experiencias. No todas tienen el mismo peso, evidentemente: hay ecoaldeas muy consolidadas con más de cuarenta años de vida, alguna de las cuales acoge hasta a ciento cincuenta habitantes, y otras, muchas, que apenas están empezando o llevan pocos años y en las que conviven un pequeño grupo de personas, a veces tres o cuatro nada más.

Por otra parte, pronto comprendí también que el concepto ecoaldea es vago e impreciso, y que engloba realidades, proyectos y formas de vida muy diversas. Así, por encima, una ecoaldea es una comunidad intencional, esto es, un grupo de personas que han elegido vivir juntas con un propósito común, trabajando en cooperación para crear un estilo de vida que refleje sus valores compartidos, una comunidad que busca integrarse de forma respetuosa en el medio natural y que persigue un alto grado de sostenibilidad social, ecológica y económica.

Una ecoaldea es una comunidad intencional, esto es, un grupo de personas que han elegido vivir juntas con un propósito común, trabajando en cooperación para crear un estilo de vida que refleje sus valores compartidos...

Dentro de esta definición caben muy diferentes formas de organización, muchas realidades. Y eso es lo primero de que me percaté: hay muchas ecoaldeas diferentes, muchas experiencias que, aun compartiendo estos principios básicos, se organizan y se plasman de modos muy distintos. 

Ante la imposibilidad de visitar todas las ecoaldeas, he optado por elegir un poco de todo: comunidades consolidades y comunidades en sus primeras fases, experiencias intermedias entre la economía privada y la comunitaria y otras en las que no existe la propiedad privada y todo lo tienen en común, etc. Seleccioné un pequeño número, unas trece o catorce, distribuidas por buena parte de la geografía española, y me puse en contacto con ellas.

No todas me respondieron. Si algo me ha quedado claro hasta el momento es que se está produciendo una revolución silenciosa ante nuestros ojos: miles de personas viven o están proyectando vivir en una ecoaldea y miles más sienten la necesidad de cambiar de forma de vida, de abrazar una vida más comunitaria y natural, y están recorriendo las ecoaldeas para conocerlas, pregunt́ándose si esta podría ser también su opción.

Se está produciendo una revolución silenciosa ante nuestros ojos: miles de personas viven o están proyectando vivir en una ecoaldea y miles más sienten la necesidad de cambiar de forma de vida, de abrazar una vida más comunitaria y natural.

Como consecuencia, muchas ecoaldeas están desbordadas por la afluencia de visitantes y no han tenido más remedio que poner coto a estas visitas, concentrarlas en días o semanas de experiencia, para poder continuar con sus vidas de una forma más o menos natural. Algo que es difícil no comprender. ¿Te imaginas que cada día aparecieran en tu casa o en tu trabajo un puñado de personas que quisieran saberlo todo de ti, conocerte, que les explicaras qué haces, cómo te organizas, cómo solucionas esto o aquelllo...? Un día, y otro, y otro... Sí, sería una locura.

Pese a todo, la tónica general con la que me he encontrado es una gran disposición a mostrarse, a que la gente las conozca, a difundir la idea de que existen alternativas.

El viaje

Durante el mes de junio de este 2021 he recorrido un puñado de ecoaldeas del norte del país, algunas todavía en germen y otras con ya muchos años de vida, y en agosto asistí a un encuentro de la RIE, la Red Ibérica de Ecoaldeas, que se celebró en Lakabe, una ecoaldea de Navarra, en el que se reunieron unas setenta personas de muy diferentes procedencias.

Inicié el viaje en Proyecto Couso, en la Galicia lucense, una comunidad poco numerosa que se ha visto muy mermada por la Covid-19.

 Proyecto O Couso, Samos

 

Tras visitarlo, seguí viaje hasta Logroño para acercarme a la comunidad La Vereda, en Medrano, un proyecto de cohausing que, tras diez años de incubación, está a punto de iniciar la construcción de sus viviendas. 

 

La Vereda, Medrano, Logroño

 

El siguiente encuentro fue muy diferente: Arterra Bizimodu, una ecoaldea navarra que se aloja en un impresionante edificio, un gigantesco colegio y balneario reconvertido en aldea comunitaria. Se trata de una comunidad muy sólida, consolidada y activa que supuso mi primer contacto real con una ecoaldea exitosa. 

 

Arterra Bizimodu

 

Tras Arterra, me dirigí a Huesca para visitar Artosilla, una ecoaldea del pirineo oscense de larga tradición, con unos cuarenta años de existencia, en la que viven unas tres docenas de personas en un entorno idílico.

 

Artosilla, Huesca

 

La siguiente parada la hice mucho más al sur: Valdepiélagos, en el norte de la Comunidad de Madrid, es un ecobarrio, una agrupación de unas treinta viviendas edificadas con criterios de arquitectura bioclimática que está en activo desde 2008 y que pretende crear estructuras sociales igualitarias, participativas y de apoyo mutuo.

 

Valdepiélagos

 

La última parada de esta primera etapa fue la más intensa y la más reveladora, tanto por las personas que allí me encontré como por la propia naturaleza del proyecto: la ecoaldea de Lakabe, en Navarra, donde se celebró el encuentro de la Red Ibérica de Ecoaldeas entre el 14 y el 15 de agosto. Una coincidencia muy oportuna, pues me había puesto en contacto con Lakabe con muy poco éxito —están desbordados de visitas—, y el encuentro de la RIE fue mi oportunidad para conocerla a fondo.

 

Lakabe, Navarra, encuentro de la RIE

 

Lakabe me abrió los ojos. Me hizo comprender por primera vez la tremenda complejidad de este mundo en el que estoy entrando, la seriedad de sus proyectos vitales, la intensísima preparación que exige la puesta en marcha de sistemas económicos, sociales y culturales tan diferentes a este en el que hemos vivido siempre. A las dificultades inherentes a la instalación, la creación de la comunidad, la consecución de una economía propia y autosuficiente y la gestión de las crisis y conflictos personales se une la necesidad de desaprender hábitos que llevamos insertos en nuestro imaginario desde niños: la propiedad privada, el individualismo, el consumismo, la obsesión por la productividad...

En Lakabe, además de muchas otras cosas, me di cuenta de que tras una ecoaldea hay años de trabajo duro, constante, en red, hay una fuerte preparación teórica y práctica y un concienzudo y realista análisis económico. Y hay también un gran número de personas que llevan años formándose, investigando, buscando soluciones y creando comunidades sólidas que son alternativas perfectamente viables y deseables ante un mundo cada vez más urbano e individualista. 

Tras una ecoaldea hay años de trabajo duro, constante, en red, hay una fuerte preparación teórica y práctica y un concienzudo y realista análisis económico.

Hubo alguna visita más y hubo también varios intentos infructuosos de ponerme en contacto con comunidades muy consolidadas, como la de Matavenero en León, que todavía espero visitar. 

Ahora, en dos o tres semanas, iniciaré la segunda parte del viaje, que me llevará esta vez por el sur de la península, desde Valencia hasta Huelva, a lo largo de uno o dos meses. Visitaré siete u ocho proyectos más, de características muy diferentes. Después habrá llegado el momento de asentar lo vivido, de recapitularlo todo y de comenzar la redacción de un nuevo libro que os acerque a este mundo tan cercano y, al tiempo, tan distante.

Reconozco que me encuentro algo preocupado. Este está resultando un viaje revelador en muchos aspectos, una inmersión sin escafandra en un mundo tan complejo como fascinante, tan vivo como cambiante. Pero no se trata ya solo de proyectos: en el camino estoy encontrándome con personas excepcionales que, de una u otra forma, se están convirtiendo en muy cercanas.

Solo espero ser capaz de trasladaros la intensidad, la sorpresa y la fascinación que están despertando en mí muchos de los proyectos visitados, solo espero ser capaz de ofreceros una visión amplia y ajustada de lo que estoy viviendo y de despertar en vosotras el deseo de conocerlos.

 

¿Qué te parece el proyecto? ¿Te resulta interesante? Déjame tu opinión en los comentarios...

 

 

Anuncio Medievalario, de Fran Zabaleta

 

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