- Categoría: Viajando en furgo
Otoño. La mejor estación para viajar en furgoneta camper y patear los montes con la mochila a la espalda. El verano es estupendo para dormir la siesta debajo de un pino arrullado por el sonido de las olas, pero en cuanto bajan un poco las temperaturas me entran unas ganas tremendas de subirme a la Lagartija y echarme a la carretera para explorar los rincones perdidos de nuestra geografía.
Como el Couto Mixto, en el sur de Ourense, en la misma frontera con Portugal. Uno de los territorios más hermosos e interesantes de Galicia, una tierra de bosques de rebollos, corzos, montañas y pequeñas aldeas desperdigadas que guardan una historia muy peculiar.
Y es que en esta zona perdida del interior de Galicia, tres aldeas resistieron largos siglos al invasor...
La historia es de lo más curioso. Meaus, Santiago y Rubiás son tres pequeñas poblaciones situadas a unos veinticinco kilómetros de Xinzo de Limia, en Ourense, y a cinco o seis de la frontera portuguesa, que aquí se conoce como la «raia seca», la raya seca. Apenas suman doscientos habitantes. Sin embargo, estas tres pequeñas aldeas fueron durante siglos un estado independiente: la república del Couto Mixto.
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Viajo en la Lagartija, mi furgoneta camperizada, persiguiendo historias, lugares y momentos.
Durante mi reciente viaje en furgo por la España olvidada estuve a punto de satisfacer un viejo deseo: conocer Babia y Luna, dos valles leoneses de nombres tremendamente sugerentes. Sobre todo si tienes la cabeza a pájaros y sueñas con mundos olvidados y paraísos perdidos, como me temo es mi caso. La expresión «estar en Babia» siempre me ha evocado relax, ausencia, contemplación y ensimismamiento, y de ahí a tener ganas de conocer el valle que provoca tales efectos hay un paso.
Luna también me atraía por razones similares, pero a ellas se unía otro motivo: en ese valle se alzó en su tiempo el castillo de Luna, en el que el último rey de Galicia, García II, pasó sus últimos diecisiete años encadenado. La historia la cuento en el relato Con los fierros, incluido en mi libro Medievalario, y me apetecía mucho comprobar hasta qué punto el escenario imaginado se correspondía con el real.
Siempre me asombran las curiosas formas que tiene la vida de satisfacer nuestros deseos. Mientras estaba dando vueltas por la España interior recibí un mensaje de una pareja, Alberto y Marga, que vivían entre Babia y Ponferrada y se ofrecían para mostrármela. Encantado, quedé en avisarles cuando pasara por la provincia de León. Lo hice, aunque con poca suerte: cuando les llamé estaban en Ponferrada. Quedé con ellos y pasé una memorable noche, pero tuve que posponer mi viaje a Babia y Luna porque era ya el día 79 de mi viaje y el tiempo se me echaba encima.
Pero la idea de visitar Babia y Luna no se me quitó de la cabeza, y menos ahora que tenía dos estupendos guías de la zona. Por eso, apenas dos meses después de volver a casa, llamé a Marga y Alberto, me subí de nuevo a la Lagartija y me puse en marcha: por fin iba a conocer Babia y Luna.
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Viajo en la Lagartija, mi furgoneta camperizada, persiguiendo historias, lugares y momentos.
Confieso que no tenía intención de viajar a Zamora, pero a veces la casualidad se alía con la fortuna para abrirnos los ojos y regalarnos una sonrisa. Tras dos semanas sin moverme de casa, contemplando por la ventana la lluvia interminable de esta primavera invernal, necesitaba con urgencia arrancar la furgo y escapar a cualquier paraíso perdido. A donde fuera. A ser posible, algún lugar donde no lloviera. Pero la previsión no daba tregua: lluvia, lluvia, lluvia.
—Fran, necesito que escribas un reportaje sobre Zamora...
Esa fue la casualidad: Pío García, el responsable del portal de turismo Viajando con Pío (magnífico, por cierto, y no lo digo —solo, ejem— porque yo colabore con él). Aunque lleva toda la vida en Galicia, Pío es zamorano y tiene ganas de fotografiar y difundir la belleza de su tierra.
—Vale. ¿Te corre prisa?
—No, cuando puedas... —Y me explicó muy por encima lo que quería. Pío y yo llevamos tantos años grabando documentales y realizando reportajes fotográficos juntos que ya no necesitamos explicarnos demasiadas cosas.
Zamora. Ni se me había pasado por la cabeza visitar Zamora. Hasta ese momento había sido un simple lugar de paso en el camino hacia otros destinos. Una vez, hace ya muchos años, en un viaje a Extremadura con unos amigos, se me ocurrió proponer una parada en Zamora.
—¡Pero si ahí no hay nada, es un páramo!
Recuerdo que me encogí de hombros y seguimos adelante sin parar. Lo malo es que en algún lugar de mi cabeza, Zamora quedó clasificada como páramo sin siquiera molestarme en comprobarlo, y eso hizo que nunca me entraran ganas de visitarla. Hasta que se me ocurrió buscar la previsión del tiempo para Zamora en este fin de semana de principios de junio.
Esa fue la fortuna. No haría un fin de semana de sol y calor, pero la previsión era mucho mejor que en cualquier otro lugar en trescientos kilómetros a la redonda. Iría a Zamora.
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Hace unas semanas, entre el 18 y el 20 de mayo, el Clube Camper Galicia, una agrupación de furgos camper de Galicia, organizó en colaboración con el principal foro de autocaravanistas y furgoneteros del país, furgovw, una quedada en Ponte Caldelas. Además de pasar un fin de semana de relax y furgo, el objetivo era visitar una de las zonas más afectadas por la oleada de incendios que devastó Galicia en octubre de 2017 y colaborar en la medida de lo posible en las tareas de reforestación.
Aunque hace ya algún tiempo que formo parte del grupo que el Clube Camper Galicia tiene en Facebook, no conocía personalmente a ninguno de sus miembros y me apetecía mucho hacerlo de una vez. Además, Ponte Caldelas siempre me ha parecido una localidad con un encanto especial, una de esas poblaciones que conservan lo mejor del pasado en su arquitectura tradicional y en su aire de plácida serenidad. Por otra parte, las continuas oleadas de incendios que sufre este país, provocadas en gran medida por una política tan salvaje como criminal y corta de miras (que lleva décadas fomentando la sustitución de frondosas por eucaliptos), es uno de los problemas ambientales que más me duelen. Con todas estas razones, ni me lo pensé y me apunté a la quedada...
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No han pasado diez días desde que regresé de mi viaje de ochenta días en furgoneta camper por la España olvidada cuando el gusanillo del movimiento empieza a hacer de las suyas en mi tripas. De repente las lluvias y el frío son solo un recuerdo difuso, hay que ver lo rápido que olvidamos el mal tiempo, y el sol reluce con unos hermosos veintimuchos grados.
Con este panorama, la idea de quedarme en casa atado a un ordenador se me antoja un desperdicio, así que lío el petate en unos minutos y antes de que pueda pensarlo dos veces estoy subido en la furgo, la Lagartija, y buscando destino.
Con este tiempo apetece playa, claro, y uno de los privilegios de vivir en la costa es que hay muchas donde elegir. O al menos en teoría, si eres textil y lo que buscas es una simple playa. Pero si eres nudista como yo las opciones se reducen considerablemente...
La primera elección es Barra, en la península de O Morrazo, un paraíso de aguas transparentes entre pinares, pero la conozco demasiado bien, llevo yendo a ella media vida, y está demasiado cerca, así que al final me decido por la playa de Bascuas, en la ría de Pontevedra, mucho más pequeña pero con una gran ventaja: está al lado de A Lanzada, y tengo ganas de visitar su ermita, parte de un antiguo castillo medieval, el lugar en el que resistieron los últimos irmandiños, allá por el siglo XV. Un lugar cargado de historia que siempre es un placer visitar.