The son, una magnífica serie histórica sobre el Salvaje Oeste
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- Categoría: # Viendo la historia
Lo reconozco, cada vez me vuelvo más exigente con las series que veo. Supongo que es algo inevitable dada la hiperinflación actual, que parece que las hacen en serie. Oh, vaya, claro que las hacen en... Esto... Mejor sigo.
Cuando no teníamos más que dos cadenas de televisión y un puñado de series, cualquier bodrio nos parecía bueno (menos El coche fantástico, esa nunca, que uno podía ser joven pero con criterio, y David Hasselhoff siempre me pareció de plástico. Igualito que los madelman, ahora que lo pienso. Pero en hortera).
Por cierto, si te suenan La casa de la pradera o Bonanza es que eres tan viejo como yo (quiero decir, tienes tanta solera como yo)... lo que me indica que sabes de sobra que esa tonta humedad que nos aparecía en los ojos los sábados por la tarde no eran lagrimones, sino vete-tú-a-saber-qué-porquería que había en el aire, cosas de la contaminación, seguro.
En fin: igual que con los libros, la abundancia (y la práctica) hacen que nos volvamos exigentes y que cada vez sea más difícil encontrar una serie que nos parezca buena. Por eso, tropezarse con algo como The son es todo un lujo. Te explico por qué.
Antes de nada, déjame que te cuente unas cuantas cosas sobre The son. Está basada en un estupendo libro de Philipp Meyer, que fue finalista de los premios Pulitzer y que deberías leer antes de ver la serie si no quieres que te lo destripen (a mí al menos siempre me importó menos que me destriparan una serie que un libro, pero si tu caso es el contrario, pues ya sabes).
¿De qué va?
Cuenta la historia el enriquecimiento y la ascensión al poder, a principios del siglo XX, de la familia McCullough, que se convirtió, gracias a la explotación de los yacimientos petrolíferos de Texas (y a una considerable dosis de coraje y falta de escrúpulos), en una de las más influyentes y poderosas del estado. La narración se centra en el carismático patriarca, Eli McCullough, un tipo dispuesto a cualquier cosa para que su familia medre (interpretado por Pierce Brosnan, que literalmente se come la pantalla).
La serie se enfoca en dos momentos temporales distintos: a mediados del siglo XIX, durante la juventud de Eli, cuando Texas es todavía territorio indio y los colonos blancos han de enfrentarse a los frecuentes ataques de unas tribus de nativos que ven cómo su territorio va siendo poco a poco invadido; y en las primeras décadas del siglo XX, con un Eli McCullough ya anciano, una época en la que los indios son apenas un recuerdo del pasado y el territorio de Texas está ahora en disputa entre los colonos de origen anglosajón y los de origen mexicano.
(Vaya, ¿a qué me suena eso? Eh, Donald, ¿estás por ahí? ¿Cómo va lo del murete ese?).
La familia McCullough casi al completo. En el centro Eli, instantes antes de comerse la pantalla.
Con estos mimbres, está claro que The son es una historia de frontera: de ambiciones sin barniz, de violencias desatadas y emociones a flor de piel, de tensión y mucha sangre. Una serie no apta para corazones demasiado tiernos (hay escenas que me obligaron a cerrar los ojos, toma nota si creías que yo no era un espíritu sensible) pero que refleja con gran acierto un mundo al límite y una sociedad que se está haciendo a sí misma a base de codazos, trampas y (escasas) lealtades.
Si además le sumas unos personajes potentes, muy humanos y cargados de contradicciones, de esos con los que te identificas (y de esos a los que deseas matar cada vez que abren la boca), es fácil entender por qué digo que estamos ante una magnífica serie, una brillante recreación de un período tan brutal como atractivo.
Diez capítulos para una primera temporada que vas a devorar... y que te van a dejar con ganas de más. Afortunadamente, la historia continúa y habrá segunda temporada.
Lo que le pido a una serie histórica
- Sobre todo, que me entretenga. ¡Es una serie, no un tratado de física cuántica! Si a los diez minutos empiezo a coger el móvil para ver si tengo mensajes o a pensar en qué voy a hacer de comida al día siguiente, malo. En The son me quedé más de una vez con la boca abierta pensando en cómo era posible que se hubiera acabado ya el capítulo de turno.
- Que la historia sea consistente, bien documentada y sin sesgos demasiado descarados (o que al menos los disimule y no se convierta en un panfleto en alabanza del matón de turno, y me da igual que los «buenos» sean los yankis, los turcos o los españoles, que en esto de tergiversar la historia para el enaltecimiento patrio no nos quedamos cortos por estos lares). The son, aunque centrada en los McCullough, tiene un gran acierto: no hay buenos ni malos, ni los indios, ni los anglosajones ni los mexicanos. Todos llevan parte de razón... y todos cometen barbaridades en su nombre.
- Que la recreación histórica sea plausible: que los escenarios, las ropas, los muebles y demás no desentonen. No hay nada más desconcertante que ver un rolex en la muñeca de un indio. A este respecto, The son es sobresaliente (al menos yo no he encontrado ningún rolex en las muñecas de los indios...).
- Que no alarguen las tramas hasta el infinito solo para mantener el éxito. No hay nada que me cabree más que las tramas falsas. Que el protagonista tenga delante al tipo que lleva persiguiendo media serie para averiguar cómo hizo tal o cual cosa y cuando lo tiene delante por fin no le pregunte nada. O se conforme con la primera respuesta incompleta, porque si el otro cuenta todo lo que sabe se acabó el misterio. The son queda incompleta (habrá segunda temporada, ya digo), pero no sobra nada: no hay diálogos artificiales ni se nos oculta información descaradamente. Todo un detalle de los guionistas que no nos consideren tontos... al menos antes de demostrarles que lo somos.
- Que la interpretación y la fotografía sean buenas. Aquí, nada que objetar: ya dije que Pierce Brosnan se come la pantalla, pero la mayor parte de los actores y las actrices también lo hacen. El tabernero de la Liga de la Ley y el Orden lo borda: es un hideputa tan refinado que deseas estrangularlo al mismo tiempo que admiras su habilidad manipuladora. Y respecto de la fotografía, ídem: los planos, el ritmo, las secuencias aéreas y los encuadres son sencillamente magistrales. Para disfrutar en una pantalla de 50 pulgadas. O más.
- Que la prota esté buena, claro. ¡Vaya, ya sabía yo que fallaba en algo! Me temo que no hay ninguna que me vuelva loco, qué se le va a hacer. Afortunadamente, la mitad de la población es femenina, y esa mitad sí que va a disfrutar con Pierce Brosnan (o no...).
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