Hace unos meses, cuando te conté cuáles eran mis 15 libros de viaje imprescindibles, incluí entre ellos un libro peculiar: Salvaje, de Cheryl Strayed. Lo había leído hace ya bastantes años y guardaba de él muy buen recuerdo. Tanto que decidí releerlo, no fuera que la memoria lo hubiera magnificado y no resistiera una segunda lectura.
Afortunadamente, no me había equivocado: sigo pensando que Salvaje es extraordinario. Una de esas historias que te remueven por dentro y te hacen poner las cosas en su lugar y, al mismo tiempo, que te impulsan a seguir adelante, a vencer las dificultades y a emprender proyectos que pueden parecer imposibles.
Aunque quizá no sea así. Quizá lo extraordinario no sea el libro, que sin duda es de lo más interesante, sino su personaje principal: la Cheryl Strayed que, con 28 años y ninguna experiencia, se lanzó a la aventura de su vida. Y perseveró, con una obstinación asombrosa, luchando contra viento y marea, hasta conseguir lo que se había propuesto.
Con veintiocho años, Cheryl Strayed creía que lo había perdido todo tras tomar la decisión de separarse y acercarse demasiado al mundo de las drogas. Su familia se había dispersado tras la muerte de su madre cuatro años antes y ella se había quedado sin pilares sobre los que construir su vida. Sin ninguna experiencia en senderismo, toma la decisión más impulsiva que hubiera tomado jamás: recorrer el Sendero del Macizo del Pacífico, una ruta que bordea toda la costa oeste de los Estados Unidos, desde el desierto de Mojave en California y Oregón al estado de Washington. Y decidió hacerlo completamente sola.
Sin ninguna experiencia en senderismo, y sin haber siquiera pasado jamás una noche al aire libre, para Cheryl ella se trataba de «una idea, vaga y extravagante y prometedora». Pero esa promesa se convirtió en la necesidad de volver a juntar las piezas del rompecabezas en que se había convertido su vida.
Si algo llama la atención desde el primer momento en este libro es su sinceridad. Strayed habla a tumba abierta, sin preocuparse por juicios morales ajenos, desnudando sus debilidades, sus miedos, sus obsesiones y sus problemas. Probablemente, en esta honestidad, que por momentos puede ser brutal, radica buena parte de su éxito: desde su publicación a finales de la década de 1990 se convirtió en un long seller, uno de esos libros que no dejan de reeditarse y venderse por muchos años que pasen. La otra parte de su éxito radica en la extraordinaria historia de superación personal que relata.
Visto en frío, desde fuera y antes de leer Salvaje, no nos hacemos una idea del tremendo reto que suponen esos 1.800 kilómetros del Sendero del Macizo del Pacífico que recorrió la autora. Lo primero que pensamos es que de acuerdo, son muchos kilómetros, pero en fin, mucha gente recorre todos los años los casi mil kilómetros del camino de Santiago desde Pirineos, y otros muchos desde Francia o Alemania, así que 1.800 serán más duros, pero no una proeza.
Me temo que no hay comparación posible. El camino de Santiago es un sendero amable, domesticado, en el que uno se encuentra cada diez metros un refugio, compañía, tiendas, bares, menús del peregrino y recuerdos en forma de vieira. El camino hay que andarlo, claro, pero casi todo él es relativamente llano, y nunca supera alturas excesivas. Y muchos lo hacen con un coche escoba que carga con sus mochilas.
El SMP es otra cosa. Se trata, o se trataba cuando la autora lo recorrió, de un trayecto que atraviesa territorios salvajes: días y días sin ver construcciones humanas, sin ver gente, tiendas, casas, carreteras. Con osos, serpientes de cascabel y pumas rondando. Que atraviesa desiertos abrasadores y alturas gélidas: transcurre durante buena parte de su extensión por cimas por encima de los dos mil metros y que llega a superar los cuatro mil. Lo que quiere decir que incluso en verano es muy probable tener que atravesar parajes completamente nevados.
Un sendero de este tipo y de esta extensión obliga necesariamente a una larga preparación, tanto física como psicológica, y a una cuidadosa planificación: debes llevar encima todo lo necesario para sobrevivir durante varias semanas, comida y bebida incluidas, y al mismo tiempo conseguir que el peso de tu mochila sea soportable.
Un sendero de este tipo y de esta extensión obliga necesariamente a una larga preparación, tanto física como psicológica, y a una cuidadosa planificación: debes llevar encima todo lo necesario para sobrevivir durante varias semanas, comida y bebida incluidas, y al mismo tiempo conseguir que el peso de tu mochila sea soportable.
Cheryl Strayed se lanzó a la aventura sin tener ni idea de a qué se enfrentaba. Sin prepararse físicamente, sin prepararse psicológicamente. Con una mochila cargada hasta los topes a la que ella misma puso el nombre de Monstruo. Y lo hizo, además, por pura casualidad, en uno de los peores años posibles: en 1996, un año especialmente pródigo en nevadas y ventiscas, tanto que muchos senderistas experimentados decidieron abandonar.
Ella no abandonó. Se machacó los pies hasta perder varias uñas, se llenó de llagas el cuerpo, se quedó sin botas, cargó con Monstruo, se sintió sola como nunca, pasó hambre, frío, miedo, se cruzó con osos, serpientes y tipos impresentables y estuvo a punto de abandonar cien veces.
Pero perseveró. De alguna forma, siguió adelante, paso a paso, aprendiendo de cada experiencia. Llevo más de veinte años haciendo senderismo por zonas muchísimo más civilizadas, a menudo solo, y conozco las jugarretas que te gasta la imaginación al caminar sin compañía, cuando escuchas aullidos a lo lejos o ruidos en la espesura, aunque estés cerca de pueblos y por terrenos muy domesticados. No quiero ni imaginarme lo que es recorrer el sendero sola, a varios días de cualquier posible ayuda, rodeada de animales salvajes y con una mochila que pesa casi lo mismo que tú.
Pero Cheryl Strayed lo consiguió. Salvaje es su relato: en él se desnuda, se vacía y se reconstruye, pedacito a pedacito, ante los ojos fascinados del lector.
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