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Vivimos, al menos en los países desarrollados, rodeados de comodidades. Tenemos calefacción central, ordenadores, coches, ropas, y millones de objetos que nos hacen la vida más fácil. Creemos que el progreso es imparable y que siempre es ascendente, que siempre seguirá mejorando la vida de las personas. Creemos, nos han inducido a creer, que la tecnología solucionará todos nuestros problemas: que un nuevo invento maravilloso solucionará la crisis climática, salvará el planeta y traerá la prosperidad a la humanidad.
Pero, mientras tanto, las desigualdades sociales son cada día más sangrantes, millones de personas pasan hambre y privaciones y las sociedades desarrolladas se encastillan en sus fortalezas mientras el planeta se desangra.
Es hora de echar la mirada atrás y plantearse con honestidad si lo que nos han contado es cierto. Si realmente los humanos modernos vivimos vidas mejores que las de nuestros antepasados nómadas. Si el desarrollo es un beneficio para el conjunto de la humanidad o si, por el contrario, hemos renunciado a nuestra esencia y la hemos sustituido por un sucedáneo al que llamamos civilización...
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No me preguntes cómo llegué a Gente normal, de Sally Rooney, qué fue lo que la puso en mi radar, porque no tengo ni idea. Imagino que, como sucede con las novelas realmente extraordinarias, su calidad ha ido imponiéndose silenciosamente, poco a poco, como se expande una mancha de aceite... de oliva virgen extra, en este caso.
Lo importante es que en algún momento me puse con ella y desde las primeras líneas supe que estaba ante una historia que me iba a tocar la fibra sensible. Que me iba a emocionar, y mira que cada vez es más difícil, por desgracia, que algo así suceda, que uno tiene ya años y callos de sobra. Pero lo ha hecho: me ha emocionado. Y, también, me ha hecho añorar tiempos de mi vida que ya creía olvidados...
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Me temo que he entrado en barrena. La lectura de La vida secreta de los árboles, del que te hablé hace varias semanas, ha destapado la caja de los truenos. Unos truenos muy naturales, eso sí, y que me están haciendo disfrutar de lo lindo. ¡Cómo se nota que con tanta pandemia y tanto encierro todos estamos deseando un poco de aire libre!
El caso es que tras La vida secreta de los árboles, devoré —y ya te comenté— En un metro de bosque, de David George Haskell, una espléndida lectura para acercarnos a la naturaleza. Y ahora no he podido resistirme a otro título de Peter Wohlleben, este La vida interior de los animales, que he devorado de una sentada... Déjame que te cuente por qué.
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Ya sé que en este bloc no suelo hablarte de novelas gráficas, cómics o como quieras llamarlas, pero soy asiduo lector, desde siempre, de historias en este formato. Me fascina la magia de los dibujantes capaces de atrapar mundos en cuatro trazos. Más de una vez he fantaseado con la posibilidad de contar mis propias historias en novelas gráficas, pero me temo que no tengo la menor habilidad con el dibujo. Una frustración más que añadir a mis otras habilidades, como destrozar cualquier canción que me arriesgo a cantar...
Si la novela tradicional confía en la fuerza de la palabra para alimentar la imaginación del lector, la novela gráfica se encomienda a la capacidad sugestiva de la imagen para llegarnos bien adentro. Y la historia que te traigo hoy al bloc es de las que dejan huella, de las que se leen con fruición y tocan la fibra sensible...
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Cuando terminé de leer La vida secreta de los árboles, del que te hablé hace varias semanas, supe que ese libro iba a tener consecuencias. Que iba a ser uno de esas lecturas que me abriría las puertas de otros mundos, como hace años me pasó con Viajes con Charley, de John Steinbeck, que me abrió las puertas del fascinante mundo de las furgos camper, las autocaravanas y los viajes a mi aire y que terminó convirtiéndose a su vez en un viaje inolvidable y un libro de viajes escrito esta vez por mí.
Y no andaba desencaminado, porque, en efecto, la lectura de La vida secreta de los árboles me ha despertado un deseo irreprimible de lecturas similares y un anhelo todavía mayor de espacios abiertos, de naturaleza y pateadas sin fin. Fruto de esa efervescencia desatada es este otro libro que hoy te traigo y que me ha resultado tan interesante como el de Peter Wohlleben. Esto es, una verdadera maravilla...