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Cuando hace un puñado de años me topé con Mi familia y otros animales, el delicioso inicio de la Trilogía de Corfú de Gerald Durrell (recientemente convertida en serie de televisión por la BBC, magnífica, por cierto) quedé fascinado, entre otras muchas cosas, por las imágenes de la vida relajada y pacífica en una isla perdida de Grecia y el sol del mediterráneo.
La escritura de Durrell era tan vívida y potente que cuando terminé el último volumen me quedé con una profunda sensación de pérdida, como si me hubieran arrancado del territorio soñado de mi infancia. Tenía nostalgia de un mundo que no había conocido más que a través de las páginas de los libros.
Me acaba de pasar lo mismo, pero esta vez con el Yorkshire de la segunda mitad del siglo XX. El respondable es James Herriot, otro de esos autores de los que no sabía nada hasta que el destino, disfrazado de casualidad, me lo puso en las manos.
Herriot, como Durrell, no se dedicaba (al menos como actividad principal) a escribir. Era veterinario, y de eso es de lo que nos habla en este entretenidísimo Todas las criaturas grandes y pequeñas: de su vida como veterinario en la campiña inglesa, de sus primeros años de ejercicio profesional, de su amor por la naturaleza y de las chocantes y divertidas anécdotas de su cotidiano bregar con vacas, caballos, perros, gatos, cerdos y demás bichos más o menos domésticos.
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Si hay un libro imprescindible para comprender qué diantres le ha pasado a la economía (y, de paso, al mundo) en la última década, es este. Un análisis lúcido, brillante, de lectura sencilla y, sobre todo, demoledor: derrumba una por una todas las tesis neoliberales, expone con lucidez las causas profundas de la crisis y desmonta la política de recortes, que no solo ha resultado inútil, sino terriblemente dañina para la gente y para el propio sistema y ha agudizado y prolongado la propia crisis. Si hoy seguimos sufriendo sus efectos es en gran medida debido a estas políticas de ciegos.
Por cierto, antes de seguir, por si alguien lo desconoce: Paul Krugman dista de ser un indocumentado. Por el contrario, es todo un Premio Nobel de Economía (aunque es cierto que últimamente los Nobel ya no son lo que eran), profesor de Economía y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton, profesor en la Escuela de Economía y Ciencia Política de Londres, académico distinguido de la unidad de estudios de ingresos Luxemburgo en el Centro de Graduados de CUNY... En fin, que es alguien del que, a priori, tenemos que presuponer que sabe de lo que habla.
¡Acabad ya con esta crisis! detalla y aclara el enrevesado proceso por el que una crisis relativamente fácil de solventar se ha convertido en un profundo problema global. Y, además, aporta la solución, que por cierto no es ninguna novedad (nada que no supiéramos ya, aunque el neoliberalismo se ha resistido con uñas y dientes a ponerla en práctica): incrementar la demanda (como veis, puro Keynes).
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No, no somos mejores que las demás especies animales. No estamos por encima ni constituimos la cúspide de nada. Durante siglos, el pensamiento occidental ha ido construyendo mitos sobre la superioridad del ser humano, su poderosa espiritualidad y su destino manifiesto.
Chorradas. Simples mitos que nos consuelan, pero que no se sustentan ni resisten un análisis exhaustivo. Somos, simplemente, una especie más. Con una gran capacidad de adaptación, eso sí, que le ha permitido expandirse y colonizar cada vez más nichos ecológicos, desde la tundra al desierto, en un proceso que ha llegado a amenazar el equilibrio del planeta.
Todo esto, y mucho más, es lo que nos cuenta el filósofo John Gray en su imprescindible Perros de paja: reflexiones sobre los humanos y otros animales. Una obra tan breve (apenas 200 páginas) como demoledora, escrita con la precisión de un cirujano.
Una obra que echa por tierra religiones, creencias, leyendas urbanas y mitos tan arraigados, y a menudo tan inconscientes, como la confianza en las bondades del idealismo, de la verdad, la justicia y la moral o la fe (a menudo tan ciega como inquebrantable) en el inevitable progreso humano, esa íntima seguridad de que la Historia nos va llevando poco a poco hasta nuestro destino, hacia un futuro de paz, armonía e igualdad, la creencia irracional en que en el pasado se vivía peor y la seguridad de que el futuro será siempre mejor...