En furgo o en avión, en coche, a pie o con la imaginación: viajar dibuja mundos en nuestra piel.
Galicia es tierra de bosques. Los bosques forman parte del ser más íntimo de los gallegos, de nuestro imaginario colectivo y de nuestras tradiciones, de las leyendas que pasan de generación en generación y de los ritos con que afrontamos cada etapa de la vida.
El bosque en Galicia tiene carácter sagrado, primitivo. Es mucho más que una simple agrupación de árboles, pues cada árbol es único para los gallegos: algunos son santos, outros venenosos, estos sanadores, aquellos traicioneros. El laurel se planta alrededor de las casas para protegerlas, las ramas del cerezo espantan a las brujas, las del sauce llorón protegen del rayo, el rebollo cura la sarna...
Un tesoro botánico
En Trevinca-A Veiga, muy cerca de las cumbres más altas de Galicia, a un tiro de piedra del pueblo de Xares, se esconde uno de los tesoros botánicos mejor conservados de Galicia: el abedular o bidueiral del Xares, incluido en el Catálogo galego de árbores senlleiras, que protege ejemplares y bosques considerados reliquias botánicas de alto valor científico, cultural, didáctico, paisajístico u ornamental.
El acceso al abedular se realiza a través de una senda de fácil acceso que parte de la carretera que comunica Xares con Seoane y que conduce, después de solo tres kilómetros, al corazón de una amplia zona boscosa situada a los pies de la Serra Calva.
Aquí, rodeado por una extensa masa de rebollos, el abedular pasa casi desapercibido, como si prefiriese no llamar la atención. Son apenas dos docenas de ejemplares de betula celtiberica, de gruesas raíces y troncos añosos cubiertos de líquenes y musgo. Pese a su escaso número, constituyen un raro ejemplo de abedular maduro y forman un conjunto de excepcional valor botánico.
El abedul
El abedul está sólidamente incrustado en el alma de Galicia. Los celtas lo consideraban el árbol de la sabiduría y durante la Edad Media sus ramas se utilizaban para hacer salir a los malos espíritus de los cuerpos en que moraban, para alejar las desgracias y para combatir el mal de ojo. Claro que también fue asociado con la brujería, quizá debido a que a su sombra, en los húmedos sotobosques que se forman donde crece, brota en otoño la Amanita muscaria, de propiedades alucinógenas.
Los celtas lo consideraban el árbol de la sabiduría y durante la Edad Media sus ramas se utilizaban para hacer salir a los malos espíritus de los cuerpos en que moraban, para alejar las desgracias y para combatir el mal de ojo.
Sin embargo, el abedul es un árbol humilde y callado, que gusta de pasar desapercibido y se camufla a menudo entre otras especies. De porte modesto, alcanza entre diez y veinte metros de altura y ni siquiera es muy longevo, pues no suele superar los ochenta años de vida. Su hoja es caduca, de forma triangular y dentada, y su tronco crece habitualmente recto o inclinado y posee una característica corteza blanca.
Pese a su humildad, el abedul tiene alma aventurera. Quizá por eso sus raíces no son demasiado profundas y se extienden más por la superficie que en profundidad. Si algo le gusta es explorar nuevas tierras, como uno de esos trotamundos incapaces de quedarse mucho tiempo en un mismo lugar.
No es hablar por hablar. Aunque se trata de una especie originaria del norte de Europa y de Asia, su excepcional resistencia y su capacidad para adaptarse a terrenos pobres, ácidos, muy húmedos y fríos le ha permitido extenderse por buena parte del mundo. Por eso fueron los primeros árboles en extenderse tras el retroceso de los glaciares. Y por eso no extraña su presencia aquí, en Trevinca, la tierra de los últimos glaciares.
Aunque el abedul abunda en Galicia, en pocas partes lo encontraremos formando una masa boscosa única y con ejemplares de este porte. El Bidueiral do Xares, pese a su escasa extensión, es un espacio único y privilegiado, un remanso de verdor y paz que permanece ajeno al ajetreo del mundo exterior y que solo acusa el paso del tiempo en la coloración de las hojas con el cambio de las estaciones. Un espacio de piares y brisas que parece susurrarnos al oído, que invita a la contemplación y en el que resulta fácil comprender por qué, en Galicia, el bosque tiene carácter sagrado…
Nota: este artículo fue publicado inicialmente en la página galiciaenteira.com. Las fotos son de Pío García.
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