Una de las preguntas más habituales en las presentaciones de mis libros es cómo hago para unir la historia, los hechos reales, con la ficción, los hechos inventados.
La cuestión tiene su miga porque, en efecto, la clave de una buena novela histórica estriba en el equilibrio entre la realidad y la ficción, en ser capaz de contar unos hechos sin desvirtuarlos, pero dándoles la emoción de lo vivo y haciendo que los personajes reales y los inventados se relacionen en igualdad de circunstancias.
¿Cómo conseguirlo?
Lo primero es darnos cuenta de cómo se construye la historia. Tendemos a pensar que se trata de un absoluto, un todo completo y fijado, una relación de hechos ininterrumpidos que enlazan el origen del hombre con la actualidad. La idea nos la meten en la cabeza desde críos, en casa y en el colegio, cuando nos explican los procesos históricos como una sucesión perfectamente lógica de acontecimientos que desembocan en nuestros días: primero la Prehistoria, después la Edad Antigua, la Edad Media, la Edad Moderna...
Tal explicación es comprensible, los seres humanos necesitamos organizar y clasificar la realidad para comprenderla mejor, pero resulta completamente falsa (y peligrosa, pues nos inocula la muy dañina idea de progreso... pero ese es otro tema).
La historia no es una relación de hechos hilados, continuos y bien establecidos. Más bien se parece a un encaje de bolillos completamente agujerado por las termitas del tiempo, que han ido dejando grandes vacíos en nuestro conocimiento.
La historia no es una relación de hechos hilados, continuos y bien establecidos. Más bien se parece a un encaje de bolillos completamente agujerado por las termitas del tiempo, que han ido dejando grandes vacíos en nuestro conocimiento.
Todo lo que conocemos de los hechos sucedidos antes de nuestra época nos ha llegado a través de diversas fuentes: restos arqueológicos, cartas, libros escritos por contemporáneos de los hechos, relatos transmitidos oralmente de generación en generación, tratados de paz, partidas de bautismo y mil diferentes documentos que los historiadores interpretan y clasifican y de los que extraen esa relación de hechos que llamamos historia. Pero las fuentes no lo abarcan todo, muy al contrario, así que la supuesta relación está repleta de agujeros, vacíos, contradicciones, dudas y misterios.
Esos agujeros, esos vacíos, son el terreno por el que nos movemos los escritores. Por ejemplo: uno de los protagonistas de En tiempo de halcones es un canónigo compostelano, Vasco Martíns. Se trata de un personaje histórico del que sabemos muy poca cosa: que participó en los sucesos de Compostela de 1458 (su firma aparece en documentos de la época), que era canónigo, que ejerció de alcalde de la Irmandade...
Esos agujeros, esos vacíos, son el terreno por el que nos movemos los escritores.
También nos ha llegado una frase suya que retrata su carácter y su forma de pensar. Decía, más menos, que si las amas de cría (que eran de origen humilde) dejaran de amamantar a los hijos de la nobleza, estos se extinguirían, porque los nobles eran tan inútiles para la sociedad que no sabían ni amamantar a sus hijos. Nada más. Todo lo que no sabemos de él es uno de esos agujeros de la historia, pero con los datos que tenemos es fácil imaginar un carácter (un hombre enérgico, incluso rudo, decidido, justiciero) y una ideología (contrario a los abusos de la nobleza) y, a partir de ahí, hacerlo participar en los hechos novelados sin tergiversar (demasiado) la historia.
Del mismo modo, muchas veces sabemos que en tal fecha sucedió esto o aquello, un asedio, una declaración de guerra, un levantamiento, y conocemos a algunos de sus protagonistas, aunque no sabemos bien cómo se produjo. Ese espacio es el que pueden usar los personajes inventados para convertirse en coprotagonistas de los hechos, y evitar así ser simples comparsas.
Si los personajes ficticios contribuyen a hacer avanzar la trama (por ejemplo, convenciendo a Vasco Martíns de la necesidad de que se manifieste a favor de la declaración de la Irmandade), se convierten en parte de la historia y cobran vida ante los ojos del lector. Intervienen en la historia, pero no desvirtúan los hechos que conocemos. O no demasiado, al menos...
¡Espera, no te vayas todavía! ¿Te ha interesado este artículo? Regístrate aquí para recibir las próximas entradas y novedades en tu correo.
|