De vez en cuando no hay nada como una novela de aventuras. Una de esas historias capaz de hacerte olvidar las miserias y complejidades de la vida diaria, especialmente en estos tiempos de fanatismos y amenazas globales, una buena dosis de intriga, emoción y épica literaria sin más pretensiones que las de hacerte pasar un buen rato y prender la chispa de la imaginación.
Y en eso de prender la chispa de la imaginación es un experto el autor del que hoy te hablo, Wilbur Smith, el maestro por excelencia del género, autor prolífico donde los haya (en fin, donde los hubiera, pues falleció hace poco más de un año). Si te gusta la novela de aventuras, seguro que ya lo conoces, aquí mismo te he hablado de él más de una vez, por ejemplo de su entretenidídima serie sobre la familia Courtney.
La mayor parte de las obras de Wilbur Smith están ambientadas en África, su tierra natal, que conocía bien, tanto en su geografía como en su historia. Ambos ingredientes, la geografía y la historia, están muy presentes en sus obras. Pájaro de sol, la novela que hoy te traigo, no es una excepción.
Pájaro de sol, de Wilbur Smith
Una fotografía borrosa y una siniestra maldición, sirvieron de punto de partida al doctor Kazin para realizar un hallazgo sensacional: una antigua civilización que había permanecido enterrada en algún lugar dé África. Pero entonces ocurre lo inesperado: un viejo maleficio funde la modernidad con seres de la antigua civilización, creando una situáción trágica y extraña.
No te voy a engañar: Wilbur Smith no era un autor innovador, uno de esos escritores capaces de darle una vuelta a la esencia humana y de poner en palabras una época. De hecho, y aquí soy consciente de que me estoy jugando la bronca de sus millones de seguidores (¡ha vendido más de 125 millones de ejemplares de sus libros!), sus obras suelen repetir una y otra vez el mismo esquema: personajes carismáticos con capacidades extraordinarias (y habitualmente muchimillonarios), misterios atávicos, alguna intensa relación amorosa, traiciones sin fin y malvados de película. Y, por supuesto, finales felices.
No, no era ningún innovador, pero qué más da. Las viejas fórmulas funcionan porque apelan a nuestros instintos (y a nuestros sueños) más básicos, y Wilbur Smith era un maestro en su género. Un artesano con oficio, de escritura fluida e imaginación desbordante, capaz de hacer creíbles las más inverosímiles situaciones y, sobre todo, excepcionalmente dotado para atrapar la atención de sus lectores. Si a eso le añadimos una ambientación exótica, su África natal, y una documentación más que correcta, el cóctel es explosivo.
Pájaro de sol cumple todos estos tópicos: un rico y carismático empresario, una mujer seductora, un brillante arqueólogo denostado por sus compañeros de profesión por sus asombrosas teorías, y un hallazgo arqueológico excepcional en el corazón del desierto de Namibia, una civilización perdida que resurge de entre las ruinas de una ciudad en un sitio sagrado para el pueblo san, los antiguos bosquimanos. Estos son los mimbres de la novela, pero en ella no faltan las sorpresas. De hecho, a mitad de la historia la trama da un giro de 180 grados y nos sumerge en... No, me temo que no puedo seguir por aquí, te destriparía la sorpresa.
Da lo mismo. Pájaro de sol es una excelente novela de aventuras, una lectura sin más pretensiones que atrapa y entretiene, pero que también prende la imaginación. Y es que ¿a quién no le atraen la aventura y las civilizaciones perdidas?
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