Hay libros inevitables. Imagino que cada escritor tiene los suyos, esos que, por mucho que se empeñe, no puede dejar de escribir.
A veces son libros que salen solos, como si en alguna parte se abriera la compuerta que contiene la represa de las palabras. Otras, la sola idea de ponerte a la tarea hace que los párpados se cierren y a los dedos les entren calambres. Da lo mismo. Puedes tratar de demorarlo, pero el libro seguirá ahí, agazapado en cada historia que lees, en cada idea que se te ocurre, esperando su momento.
Hasta que algo pone en marcha el mecanismo...
En tiempo de halcones es uno de mis libros inevitables. Supe que iba a escribirlo desde siempre. No literalmente, no me recuerdo con veinte años pensando «Voy a escribir una novela sobre los irmandiños». Lo que sí recuerdo es la fascinación que me despertaba la idea de unos campesinos levantándose en armas contra sus opresores y el cosquilleo de orgullo que sentía cuando leía cualquier cosa sobre esos villanos que habían osado enfrentarse a la nobleza.
Cosquilleo irracional, pero ahí estaba, y todo porque esos villanos eran gallegos. Sin embargo, quizá precisamente por eso, porque la revolución irmandiña se me antojaba una proeza, nunca encontraba el momento de ponerme con ella. No se trataba solo de la necesidad de pasarme muchos meses documentándome; en realidad, me daba miedo: temía no ser capaz de hacer justicia a esos miles de campesinos, burgueses y siervos que habían tenido el coraje de enfrentarse a la violencia y la brutalidad desmadradas de la nobleza. Se trataba de un movimiento demasiado complejo, con muchos flancos, ángulos, personajes, puntos de vista... ¿Cómo contar una revolución? ¿Cómo dar vida a un país? Así, cada vez que el proyecto me venía a la cabeza, me entraba el vértigo y lo postergaba. Una y otra vez...
¿Cómo contar una revolución? ¿Cómo dar vida a un país? Así, cada vez que el proyecto se me venía a la cabeza, me entraba el vértigo y lo postergaba. Una y otra vez...
Hasta febrero de 2009. En octubre del año anterior había terminado la primera redacción de Medievalario, en la que ya metí de refilón la revuelta irmandiña, y desde entonces lo único que había escrito eran guiones para documentales, adaptaciones de clásicos y libros por encargo (esos que firmas con seudónimo para que nadie los relacione contigo y que te permiten ir pagando las facturas... Y no, lo siento, no voy a revelarte ningún título). Llevaba cinco meses de sequía creativa.
Necesitaba encontrar una historia. Y estaba a punto de hacerlo.
Ese 21 de febrero (recuerdo la fecha porque la anoté en mi bloc de notas, que la memoria no me da para tanto) era sábado. Llevaba toda la semana metido en casa, así que decidí que me había ganado una sesión de caza y captura y me dirigí a la Librería Coleccionistas, una de las pocas librerías de viejo y segunda mano que quedan en Vigo (donde, para qué vamos a engañarnos, nunca hubo demasiada afición a la lectura).
Esto de la caza de libros, seguro que ya lo sabéis (que por algo seguís leyendo) es todo un arte, con sus normas, sus métodos y sus procesos. Las librerías de viejo suelen ser selvas enmarañadas, repletas de broza, hojarasca, algunas margaritas aquí y allá y, muy de cuando en cuando, una orquídea de exquisita belleza casi ahogada por las lianas y las enredaderas. Orientarse en ellas requiere método, y yo tengo el mío, que consiste en comenzar siempre por una sección determinada e ir avanzando a partir de ahí.
Las librerías de viejo suelen ser selvas enmarañadas, repletas de broza, hojarasca, algunas margaritas aquí y allá y, muy de cuando en cuando, una orquídea de exquisita belleza casi ahogada por las lianas y las enredaderas.
Sin embargo, por alguna razón, esa mañana decidí saltarme el orden y mis pasos me llevaron directamente a la sección de libros gallegos. Antes de que pudiera darme cuenta de lo que hacía tenía en la mano un ejemplar en rústica publicado por la extinta A Nosa Terra: Os Irmandiños. Textos, documentos e bibliografía, de Anselmo López Carreira, publicado por primera vez en diciembre de 1991 y con una segunda edición, la que yo tenía en las manos, de abril de 1992.
Lo abrí con curiosidad y al instante estaba escuchando las voces de campesinos muertos hacía quinientos años, inmerso en el retumbar de las bombardas y trabucos en el cerco de una fortaleza medieval y siendo testigo de cómo nobles y bandoleros corrían las tierras y hacían cabalgadas contra aldeas indefensas Galicia adelante. Me había topado de bruces, una vez más, con mi libro inevitable. Y esta vez no me iba a dejar escapar.
Compré el libro, por supuesto (un magnífico análisis de la documentación medieval sobre las Irmandades del profesor López Carreira, autor de algunos de los títulos fundamentales para conocer la historia medieval de Galicia) y lo devoré en una sentada. Y, mientras lo hacía, en mi cabeza iban apareciendo por primera vez un siervo que huía de su aldea, una doncella tan hermosa como decidida, unos titiriteros que iban de aldea en aldea...
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