Todo lo que no ve cuando lees novela historica

Por Juan Manuel Sainz Peña, escritor.

Quizá, amigo lector de este blog, hace tiempo que eres consumidor de novela histórica o incluso te apasiona y devoras cuanto cae en tus manos. Lo que quizá no alcances a sospechar, o al menos a saber en profundidad, es cuánto de complicado suele ser el trabajo que tienes entre las manos mientras lees y —eso esperamos siempre los autores— disfrutas.

En estas líneas te voy a desvelar algunas cosas que cuando estás leyendo, metido de lleno en la trama, no caes; detalles, quiero decir, que no son más que el andamiaje de una novela de estas características.

Lo primero que has de saber (no todo el mundo da por sentado estas cosas) es que si estás ante un trabajo serio y riguroso, el autor ha realizado antes una labor ingente. No. En novela histórica no «basta» con el planteamiento, nudo y desenlace, que es el abc de cualquier historia. Cuando trama e historia van aparejadas, los autores sabemos muy bien que, incluso antes de empezar, tendremos que usar la papelera. Sí, has ledo bien: la papelera. Escribir novela histórica no es un trabajo sencillo, por muy clara que los autores tengamos la idea, por muy dibujados que tengamos mentalmente los personajes, las escenas, el desarrollo completo de la novela. Escribir una novela histórica no es una cuestión de velocidad, sino de resistencia y de paciencia. De mucha paciencia. En la historia que tenemos pensada puede entrar todo lo que nos parezca. Todo, menos las prisas. Eso, cuanto más experto es el escritor, mejor lo sabe. Y te explico la razón.

Escribir una novela histórica no es una cuestión de velocidad, sino de resistencia y de paciencia. De mucha paciencia.

Aquí no valen los  «más o menos». Una novela de carácter histórico requiere de datos precisos, de una basta documentación (la Wikipedia no es la panacea ni la varita mágica, olvidémonos de eso) que habremos de consultar una vez y otra, de contrastar y volver a mirar. Y eso, como bien podrás entender, ralentiza muchísimo el ejercicio de escribir propiamente dicho. Pasan muchos días, la cabeza se nos pone como un bombo y llega a ser frustrante escribir diez páginas de corrido para, llegados a un punto, quedar atascados. Tenemos que consultar tantas cosas para la escena siguiente que pasarán los días y apenas habremos avanzado unas líneas. Demoledor pero necesario.

El trabajo de campo es tan agotador como obligado. Sí, ya sé, tal vez estés pensando que tampoco será para tanto. Pero si queremos rigor en la novela no nos queda otra. No nos vale la improvisación, ni el socorrido pensamiento ese de «bueno, el lector qué sabrá». Porque sí que lo sabe. Los lectores no son tontos. No quiero decir con esto que todos tengamos que conocer, por ejemplo, la situación política de España a principios del siglo XX. Pero el libro, una vez publicado, es un cuerpo que se desnuda, y es muy probable (mucho más de lo que piensas) que caiga en manos de un historiador o un experto que no tendrá ningún inconveniente en usar una red social, un blog o la prensa para poner nuestro trabajo a caer de un burro. Así que, ojo, no creas que los datos, fechas, vestuarios o bebidas o alimentos, por citar algunas cosas, nos las sacamos de la manga. A un servidor, sin ir más lejos, se le ocurrió poner un fruto seco que no había llegado a España en pleno siglo XVII, y si no llega a ser por mi editor, que es un lince, la pifia hubiera llegado al lector sin remedio.

El libro, una vez publicado, es un cuerpo que se desnuda, y es muy probable (mucho más de lo que piensas) que caiga en manos de un historiador o un experto que no tendrá ningún inconveniente en usar una red social, un blog o la prensa para poner nuestro trabajo a caer de un burro.

Para nuestro alivio, y siempre según mi opinión, nos está permitido usar nuestras armas de escritor. Todos los autores somos unos mentirosetes. Vamos, que nos suele crecer la nariz como a Pinocho. Pero, ¡atención!: una cosa es inventar la trama y otra muy diferente, si hablamos de novela histórica, es meter la pata hasta el corvejón; y eso es, me temo, lo más sencillo que puede ocurrirnos si hablamos de novela histórica. Por mucho que sea necesario para el andamio de nuestra obra, si tal o cual personaje no cuadra temporalmente o simplemente es imposible que estuviese en tal o cual sitio, hay que abstenerse de ponerlo. Y si eso te chafa la escena o parte de la novela, te aguantas. Una novela así ha de tener el rigor propio de la historia. Los autores podemos aderezarla con personajes ficticios, con acciones verosímiles. Pero hay poco margen: la historia es la historia, no podemos manejarla a nuestro antojo, porque si esa es la intención tal vez debamos plantearnos si merece la pena o no adentrarse en tales laberintos.

Pero claro, no todo van a ser pegas, muy al contrario: bucear en la historia es apasionante, da de beber para que la trama avance, genera ideas, enriquece la novela y nos enseñará, sin ningún género de dudas,  a que los personajes estén mejor construidos, sobre todo en su personalidad.

Escribir es una aventura maravillosa, hacerlo con rigor, si hablamos de novela histórica es un reto. Un reto muy difícil. Pero los que nos dedicamos a esto lo tenemos claro: nos gusta hacer la historia (la nuestra) y la que el tiempo y los hombres ya escribieron.

 


 

Juan Manuel Sainz Peña, escritor de novela historicaCon casi ochenta premios literarios nacionales e internacionales en su haber (¡que se dice pronto!), Juan Manuel Sainz Peña (Jerez de la Frontera) es uno de los autores españoles más premiados de los últimos años. (Así que si escribes, ya lo sabes: antes de enviar tu relato a ese concurso literario que tanto te apetece, entérate de si él va a participar, no sea que lo haga y pierdas el tiempo. No te fíes de la cara de buen tipo que le ha salido en la foto, en realidad es un robot programado para acabar con las esperanzas de los escritores. Avisado quedas).

Entre los numerosos concursos literarios que ha conseguido por toda España, destacan el Premio Nacional de Novela María Zayas, el Premio Internacional de Novela Ciudad de Almería, el Internacional de Novela Casino de Mieres, el Internacional de Cuento de Pola de Lena o el Internacional de Cuento de Elda.

Es autor de las novelas La alargada sombra de la bayoneta, El mensaje, El juglar, La edad de los héroes, Piedras negras, El criado de Velázquez, El caso de Anne Brizard y el volumen de relatos A la hora convenida.

 


 

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