En busca de la utopía, informe final

Viajo en la Salvaje, mi furgoneta camperizada, persiguiendo historias, lugares y momentos.

En junio de este año 2021 inicié un proyecto largo tiempo imaginado: un viaje en busca de la utopía. Un largo periplo que pretendía comprobar si la utopía es posible, si es factible vivir bajo otras reglas más cooperativas, si existen alternativas viables a este sistema económico, político y social en el que estamos inmersos. Para ello, me puse en contacto con un buen número de ecoaldeas y proyectos de vida comunitaria de este país y les pregunté si podía visitarlas, conocerlas, si me dejaban hurgar bajo las alfombras vegetales de sus calles y averiguar cómo vivían y qué propósitos y filosofías las movían, cómo eran sus economías, sus formas de relación y organización política, su día a día.

El planteamiento inicial no podía ser más sencillo: vivimos en un sistema que hace aguas por todas partes. En los últimos cuarenta años, el neoliberalismo más despiadado ha incrementado las desigualdades sociales hasta extremos indecentes, los ecosistemas están cada vez más arrasados, el planeta entero se va a la mierda de la mano del cambio climático, los Estados reaccionan volviéndose cada vez más autoritarios, el trabajo es tan escaso como mal remunerado... Ante esta situación, ¿es posible vivir de otra manera, poner el acento en otros valores, llevar una vida más plena, comunitaria, igualitaria y satisfactoria?

Ahora, seis meses después, acabo de terminar el viaje. Y te aseguro que ha sido extraordinario, mucho más fascinante de lo que imaginaba cuando partí. Ha llegado la hora de recapitular y responder a la pregunta inicial: ¿es posible hacer realidad la utopía?

 

El proyecto

Aunque en un primer momento me planteé la posibilidad de visitar todas las ecoaldeas del país para formarme una idea cabal de hasta qué punto estas funcionan y ofrecen alternativas válidas, pronto me di cuenta de que se trataba de un proyecto muy complicado: afortunadamente, existe un gran número de experiencias. No todas tienen el mismo peso, evidentemente: hay ecoaldeas muy consolidadas con más de cuarenta años de vida, alguna de las cuales acoge hasta a ciento cincuenta habitantes, y otras, muchas, que apenas están empezando o llevan pocos años y en las que conviven un pequeño grupo de personas, a veces tres o cuatro nada más.

Por otra parte, pronto comprendí también que el concepto ecoaldea es vago e impreciso, y que engloba realidades, proyectos y formas de vida muy diversas. Así, por encima, una ecoaldea es una comunidad intencional, esto es, un grupo de personas que han elegido vivir juntas con un propósito común, trabajando en cooperación para crear un estilo de vida que refleje sus valores compartidos, una comunidad que busca integrarse de forma respetuosa en el medio natural y que persigue un alto grado de sostenibilidad social, ecológica y económica.

Una ecoaldea es una comunidad intencional, esto es, un grupo de personas que han elegido vivir juntas con un propósito común, trabajando en cooperación para crear un estilo de vida que refleje sus valores compartidos...

Dentro de esta definición caben muy diferentes formas de organización, muchas realidades. Hay muchas ecoaldeas diferentes, muchas experiencias que, aun compartiendo estos principios básicos, se organizan y se plasman de modos muy distintos. 

Ante la imposibilidad de visitar todas las ecoaldeas, opté por elegir un poco de todo: comunidades consolidades y comunidades en sus primeras fases, experiencias intermedias entre la economía privada y la comunitaria y otras en las que no existe la propiedad privada y todo lo tienen en común, etc. Seleccioné un pequeño número, unas trece o catorce, distribuidas por buena parte de la geografía española, y me puse en contacto con ellas.

No todas me respondieron. Si algo me ha quedado claro hasta el momento es que se está produciendo una revolución silenciosa ante nuestros ojos: miles de personas viven o están proyectando vivir en una ecoaldea y miles más sienten la necesidad de cambiar de forma de vida, de abrazar una vida más comunitaria y natural, y están recorriendo las ecoaldeas para conocerlas, preguntándose si esta podría ser también su opción.

Se está produciendo una revolución silenciosa ante nuestros ojos: miles de personas viven o están proyectando vivir en una ecoaldea y miles más sienten la necesidad de cambiar de forma de vida, de abrazar una vida más comunitaria y natural.

Como consecuencia, muchas ecoaldeas están desbordadas por la afluencia de visitantes y no han tenido más remedio que poner coto a estas visitas, concentrarlas en días o semanas de experiencia, para poder continuar con sus vidas de una forma más o menos natural. Algo que es difícil no comprender. ¿Te imaginas que cada día aparecieran en tu casa o en tu trabajo un puñado de personas que quisieran saberlo todo de ti, conocerte, que les explicaras qué haces, cómo te organizas, cómo solucionas esto o aquelllo...? Un día, y otro, y otro... Sí, sería una locura.

Pese a todo, la tónica general con la que me he encontrado es una gran disposición a mostrarse, a que la gente las conozca, a difundir la idea de que existen alternativas.

El viaje

Durante el verano de 2021 visité un puñado de ecoaldeas del norte del país, algunas todavía en germen y otras con ya muchos años de vida. En agosto asistí a un encuentro de la RIE, la Red Ibérica de Ecoaldeas, que se celebró en Lakabe, una ecoaldea de Navarra, en el que se reunieron unas setenta personas de muy diferentes procedencias. Después seguí viaje hacia el sur, recorrí una experiencia en Burgos y otra en la comunidad de Madrid y, ya en el otoño, me acerqué hasta Cáceres, Huelva y Sevilla, asistí a un encuentro de ecoaldeas que se celebró a finales de octubre en la Comunitat Valenciá, visité algúna ecoaldea de esa comunidad y bajé una vez más hasta Andalucía.   

Inicié el viaje en Proyecto Couso, en la Galicia lucense, una comunidad poco numerosa, con siete años de existencia, que está reconstruyendo una antigua casona medieval en las montañas de Samos. Un entorno idílico... al menos en verano, pues es zona de fríos inviernos.

 Proyecto O Couso, Samos

 

Tras visitarlo, seguí viaje hasta Logroño para acercarme a la comunidad La Vereda, en Medrano, un proyecto de cohausing que, tras diez años de incubación, está a punto de iniciar la construcción de sus viviendas. 

 

La Vereda, Medrano, Logroño

 

El siguiente encuentro fue muy diferente: Arterra Bizimodu, una ecoaldea navarra que se aloja en un impresionante edificio, un gigantesco colegio y balneario reconvertido en vivienda comunitaria. Se trata de una comunidad muy sólida, consolidada y activa que supuso mi primer contacto real con una ecoaldea exitosa. 

 

Arterra Bizimodu

 

Tras Arterra, me dirigí a Huesca para visitar Artosilla, una ecoaldea del Pirineo oscense de larga tradición, con unos cuarenta años de existencia, en la que viven unas tres docenas de personas en un entorno idílico.

 

Artosilla, Huesca

 

La siguiente parada la hice mucho más al sur: Valdepiélagos, en el norte de la Comunidad de Madrid, es un ecobarrio, una agrupación de unas treinta viviendas edificadas con criterios de arquitectura bioclimática que está en activo desde 2008 y que pretende crear estructuras sociales igualitarias, participativas y de apoyo mutuo.

 

Valdepiélagos

 

La siguiente parada de esta primera etapa fue la más intensa y reveladora, tanto por las personas que allí me encontré como por la propia naturaleza del proyecto: la ecoaldea de Lakabe, en Navarra, con cuarenta años a sus espaldas y hoy toda una referencia de las ecoaldeas españolas. Allí se celebró un encuentro de la Red Ibérica de Ecoaldeas entre el 14 y el 15 de agosto. Una coincidencia muy oportuna, pues me había puesto en contacto con Lakabe con muy poco éxito —están desbordados de visitas—, y el encuentro de la RIE fue mi oportunidad para conocerla a fondo.

 

Lakabe, Navarra, encuentro de la RIE

 

Lakabe me abrió los ojos. Me hizo comprender por primera vez la tremenda complejidad de este mundo en el que estoy entrando, la seriedad de sus proyectos vitales, la intensísima preparación que exige la puesta en marcha de sistemas económicos, sociales y culturales tan diferentes a este en el que hemos vivido siempre. A las dificultades inherentes a la instalación, la creación de la comunidad, la consecución de una economía propia y autosuficiente y la gestión de las crisis y conflictos personales se une la necesidad de desaprender hábitos que llevamos insertos en nuestro imaginario desde niños: la propiedad privada, el individualismo, el consumismo, la obsesión por la productividad...

En Lakabe, además de muchas otras cosas, me di cuenta de que tras una ecoaldea hay años de trabajo duro, constante, en red, hay una fuerte preparación teórica y práctica y un concienzudo y realista análisis económico. Y hay también un gran número de personas que llevan años formándose, investigando, buscando soluciones y creando comunidades sólidas que son alternativas perfectamente viables y deseables ante un mundo cada vez más urbano e individualista. 

Tras una ecoaldea hay años de trabajo duro, constante, en red, hay una fuerte preparación teórica y práctica y un concienzudo y realista análisis económico.

Tras Lakabe, todavía tocado por la experiencia, me dirigí a Valmayor de Cuesta Urría, en el norte de Burgos, una pequeña comunidad en proceso de transición que está luchando contra el frío invernal y la despoblación para recuperar una aldea. Un lugar profundamente hermoso y una visita en la que terminé arremangado, ayudando a levantar el tejado de una casa que estaban construyendo...

 

Valmayor de Cuesta Urría

 

Tras Valmayor, tocaba ya dirigirse hacia el sur... con alguna vuelta y revuelta provocada por diversas circunstancias. En Huelva visité El Calabacino, una comunidad internacional formada por franceses, alemanes, chilenos, estadounidenses, españoles, etc., ubicada en un entorno extraordinariamente hermoso, en la sierra de Aracena. Una ubicación que ahora les está dando problemas, pues el pueblo ha sido absorbido por el Parque Natural de la Sierra de Aracena y Picos de Aroche y la dirección del parque está abriendo expedientes administrativos para expulsarlos...

 

El Calabacino

 

De El Calabacino me dirijí a Los Portales, en Sevilla, una de las más curiosas experiencias del viaje: una ecoaldea de intensa vida comunitara que basa su filosofía y su trabajo en... la interpretación de los sueños, según las teorías de Carl Jung. La ecoaldea está enclavada en un paraje natural hermoso y alejado, al que se llega tras veinte kilómetros por pistas no asfaltadas...

 

Los Portales

 

De Sevilla a Cáceres, una breve parada en otro lugar peculiar: Tipilandia, un pequeño paraíso de lo más acogedor...

 

Tipilandia

 

A finales de octubre, ya con cierto cansancio en el cuerpo, crucé la Península hasta Alborache, en Valencia, para asistir en el ecocamping Pachamama a un encuentro de la recién creada red valenciana de apoyo a las ecoaldeas...

 

Ecocamping Pachamama

 

Tras Valencia, me dirigí a Almería, donde tuve oportunidad de disfrutar de la belleza del pueblo de Vélez-Blanco y la Sierra María y de la tremenda calidez y simpatía de Helena y Clau, las dos mujeres que llevan adelante la Asociación de Permacultura Los Vélez

 

Permacultura Los Vélez

 

Todavía en Almería, me acerqué a conocer Sunseed Desert Technology, una curiosa ecoaldea creada por un inglés a un paso del desierto de Tabernas. Una comunidad de tránsito, en la que las personas están como máximo un año, un lugar de aprendizaje en el que se vive de la manera más sostenible y comunitaria posible.

 

Sunseed Desert Technology

 

Y ya, finalmente, visité, también en Almería, una extraordinaria experiencia comunitaria, Oasis Al-Hamman, una inmensa ecoaldea, con nada menos que 33 hectáreas de terreno, que lleva veinte años instalada en un paraje excepcionalmente bello y que está realizando una intensa labor de restauración ecológica y educación ambiental.

 

Cortijo Los Baños

 

Muchas otras comunidades se han quedado en el camino. Algunas de larga tradición, como Matavenero, en León, porque no conseguí ponerme en contacto con ellos; otras, como Amalurra, porque tras varios años de funcionamiento acababan de cerrar sus puertas.

Sea como fuere, ha sido un viaje largo, intenso, repleto de experiencias y sensaciones, en el que he conocido a personas extraordinarias y que me ha permitido adentrarme en un mundo que no creía que pudiera existir. Ha sido un viaje de descubrimiento en el que pude comprobar de primera mano que hay experiencias intensamente vivas, pujantes y con fuerza singular. Y, sobre todo, que las personas que se lanzan a la aventura, que deciden romper con las ataduras de un mundo hiperurbano y regresar al campo, cuantos buscan una vida más grupal y comunitaria, de apoyo mutuo y respeto por la naturaleza, no buscan escapar, sino construir de forma consciente y esforzada alternativas viables que ofrecernos a todos.

Ahora llega el momento de la reflexión, de tamizar lo vivido y contároslo con detalle. Ya estoy manos a la obra, tratando de poner en orden tantas vivencias y tantos descubrimientos para trasladaros una imagen lo más real posible de cuanto he vivido. Espero que en unos meses tengáis en vuestras manos el resultado de este viaje extraordinario, el libro En busca de la utopía. En sus páginas espero daros finalmente mi personal respuesta a la pregunta implícita en el título...

Mientras tanto, solo quiero agradeceros a cuantos me habéis seguido, cuantos os habéis interesado por este loco proyecto y me habéis escrito por mil medios diferentes para darme vuestras opiniones, consejos y recomendaciones. Vosotros también sois extraordinarios.

 

¿Te resulta interesante? Déjame tu opinión en los comentarios...

 

 

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