- Categoría: Mis otros viajes
En algún lugar perdido de la Costa da Morte, en la tierra de las brumas y los mares salvajes, de las gentes recias y los ríos feraces, se esconde una ciudad. Ahora le dicen castro, pero ella siempre se supo ciudad.
Hoy, la «cibdá» de Borneiro está rodeada de bosques, escondida bajo el verde perenne de las tierras del norte, agachada, como si fuera presa de un ataque de timidez, como si buscara en el silencio el reposo de los siglos. Pasa los días ensimismada, arrullada por el canto de los pájaros, hollada por las pezuñas de pequeños animales.
Sin embargo, hubo un tiempo en que aquí vivió un pueblo orgulloso y capaz, hombres y mujeres que amaban la naturaleza y adoraban las fuentes, los árboles y las piedras.
¿Todavía no conoces este indómito lugar? Pues déjame que te cuente…
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Ahí la tienes, soberbia y humilde a un tiempo, acogedora y vigilante, en lo alto, la fortaleza del Castro. Si vives en Vigo, seguro que la has visitado en numerosas ocasiones, quizá para disfrutar de las hermosas vistas que ofrece, quizá, por qué no, para pasear con aquella tu primera pareja, cogidos de la mano… ¿Te acuerdas? No, seguro que entonces no te fijaste, ¡en qué tendrías la cabeza!
Si eres de fuera y has visitado Vigo en alguna ocasión, apuesto a que también has pisado sus viejas piedras y has disfrutado de sus senderos. ¡Es un lugar tan apacible, tan agradable!
Pero, ¿la conoces realmente? ¿Sabes algo de ella? ¿Sabías que fue construida para defender la ciudad de nuestros vecinos y hermanos portugueses? ¿Que fue bombardeada duramente por los ingleses y que sus muros fueron testigos de tragedias largo tiempo silenciadas?
¿Todavía no conoces la historia olvidada de este apacible lugar? Pues déjame que te cuente…
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En el extremo oriental de Galicia, perdido entre altas montañas, antiguos valles glaciares y densos bosques de rebollos, abedules, serbales o acebos por los que asoman, casi con timidez, pequeñas aldeas diseminadas que parecen vivir en una calma eterna, se esconde un lugar que brota directamente de las leyendas.
Muy cerca del embalse de Prada, a un paseo de la capital municipal, A Veiga, aparece de repente uno de esos rincones en los que el agua ha ido erosionando la roca, con paciencia de siglos, hasta formar un laberinto natural de cuevas, pasadizos y piscinas. En este tramo perdido del río Corzos se halla A Cántara da Moura, un lugar al que las muchachas que cuidaban del ganado solían acudir a descansar y refrescarse. Al parecer, por aquí, en alguna cueva subterránea, vivía una hermosa moura…
¿Todavía no conoces este misterioso lugar? Pues déjame que te cuente…
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Una tierra dura, de piedra y sal. Unos nobles belicosos y pendencieros. Un arzobispo que pagó cara su temeridad. El castillo de Vimianzo guarda tras sus murallas una de las historias más sorprendentes de la edad media gallega.
En el corazón agreste de la Terra de Soneira, en la Costa da Morte, se alza una de las fortalezas medievales mejor conservadas de Galicia. El castillo de Vimianzo fue el solar de uno de los linajes nobles más bravos, aguerridos y pendencieros de la historia de Galicia. Y eso no es poco decir, pues Galicia fue cuna, allá por los siglos bajomedievales, de nobles rapaces y violentos, señores de soga y cuchillo que no paraban mientes en lo que no fuera su propio beneficio.
Desde Vimianzo, los Moscoso (protagonistas, como ya sabes, de En tiempo de halcones) hicieron y deshicieron a su antojo e impusieron su voluntad incluso a los poderosos arzobispos de Santiago. Uno de ellos, Alonso de Fonseca II, recién llegado a su sede, osó enfrentarles. Y pagó duramente en propias carnes su temeridad.
¿Todavía no conoces esta asombrosa historia? Pues déjame que te cuente…
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Aunque hoy nos parece tan común que apenas le damos importancia, la sal fue a lo largo de la Historia un bien tan escaso como demandado, un verdadero oro blanco capaz de desencadenar guerras y provocar revoluciones. Durante siglos, la sal fue objeto de deseo, comercio y contrabando. Era fundamental para la alimentación humana y animal y para la conservación de los alimentos.
En la actualidad, las salinas de Ulló, al fondo de la ría de Vigo, pasan casi desapercibidas, un remanso de paz en un ría repleta de ajetreo. Sin embargo, este rincón fue durante siglos uno de los corazones económicos de la ría, el lugar del que se extraía la sal que permitía transportar la principal riqueza de la zona, el pescado, hacia el interior.
¿Todavía no conoces este apacible lugar? Pues déjame que te cuente...