¿Cuántos libros han dejado huella en tu memoria? Hablo de esos que te has pasado años recomendando, los que te descubrieron mundos, los que te abrieron de par en par la mente. ¿Cuántos libros dejaron una parte de ellos en tu interior, se fundieron con tu forma de ser y de ver el mundo? Si estás leyendo esto, si eres habitual del bloc, seguro que unas cuantas decenas. O unos cuantos cientos.
Pero, te habrá pasado, no es lo mismo leer un libro a los quince que a los treinta o los cuarenta años. Cuando eres todavía un niño, o un adolescente, todo es más fresco, más brillante y más nuevo. Hay libros que lees entonces y dejan una huella profunda, la primera, la que más se recuerda, pero que después, cuando te vuelves a cruzar con ellos veinte o cuarenta años después, descubres que en realidad no eran para tanto. Ah, qué dura es la decepción...
Me ha pasado muchas veces, como a ti. Libros que al releerlos dejan de brillar, opacados por la experiencia vital acumulada. Otros, sin embargo, los descubres tan brillantes como la primera vez. Los coges con temor, no vaya a ser que la relectura mate recuerdos queridos o te haga darte cuenta de que te has pasado décadas recomendando un tostón. Lo empiezas con prevención, pero a las pocas páginas te descubres absorto de nuevo, fascinado como aquella primera vez. Y es que sí, hay libros que es necesario releer de vez en cuando, libros que se quedan por ahí, entre tus células, para siempre...
Mecanoscrito del segundo origen es uno de esos libros que leí hace décadas y que por entonces me sedujo, me abrió la mente de par en par y me hizo soñar con esos adolescentes que, de repente, un mal día, se quedan solos en el mundo. Completamente solos, rodeados de miles de cadáveres, con el mundo que han conocido hecho pedazos...
Mecanoscrito del segundo origen
En el año 7138 de la nueva era se rescata en extrañas circunstancias un libro enigmático, escrito más de cuatro mil años atrás, que habla de una civilización devastada por unos objetos voladores extraterrestres. Se trata de los cuadernos del Mecanoscrito del segundo origen que explican la historia de dos jóvenes, los únicos supervivientes en un planeta prácticamente destruido. Con ellos termina el mundo tal y como lo habían conocido, en el que tendrán que luchar por preservar el legado del pasado y establecer las pautas para construir un futuro en el que la humanidad no sea una amenaza para sí misma.
Recuerdo que cuando lo leí por primera vez lo devoré casi del tirón, seducido por la idea de ser (casi) el único miembro vivo de mi especie. Por la libertad sin límites ni normas de los protagonistas, por ese vagar de aquí para allá, entrando en las casas para proveerse de comida, ropa, herramientas...
Y seducido también por la protagonista, Alba, tan joven como yo entonces pero mucho más madura, subyugado por su aceptación sin estridencias de la situación, por su ingenio y su capacidad de sobrevivir. Y también por su belleza, claro, aunque fuera imaginada, y su libertad mental, que la hacía ser inmune a la vergüenza de mostrarse desnuda o que, tremendo por entonces, la liberaba de dioses y creencias.
Cuando hace unos días me crucé de nuevo con Mecanoscrito, me entraron unas ganas intensas de releerlo. Y una buena dosis de temor, también. Pudieron más las ganas, que nunca me gustó quedarme quieto.
Y menos mal, porque he disfrutado tanto como la primera vez. Porque, pese a que han pasado cuarenta y seis años desde su primera edición (fue publicado en 1974), mantiene la misma fuerza y la misma capacidad de seducción, y sigue consiguiendo que el lector se detenga cada poco atrapado por una frase, por una reflexión o una escena.
Dicen que es un libro juvenil, pero los que lo dicen no tienen ni idea de lo que dicen: es un libro universal, capaz de seducir a un adolescente y también, lo acabo de comprobar, a un vejestorio. Lo único que hace falta para disfrutarlo es dejarse llevar por la imaginación...
¿Te han entrado unas ganas irreprimibles de releerlo?
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