Ismaíl Kadaré, El cerco Hay libros que rezuman maestría. Que te atrapan desde la primera línea. Libros que exhalan ese aroma inconfundible a literatura de verdad. Y novelas históricas que te transportan a otra época con la sola fuerza de la palabra. Que te agarran por el pescuezo y te hunden la nariz en el fango del camino y en el hedor de cuerpos sin lavar. Libros que, nada más abrirlos, te hacen viajar en el tiempo. Y este El cerco, de Ismaíl Kadaré, es uno de ellos.  

Ismaíl Kadaré es un autor albanés de prestigio internacional que ha obtenido, entre otros muchos reconocimientos, el premio Príncipe de Asturias de las Letras en 2009 y es uno de los eternos candidatos al Nobel de Literatura. Sin embargo, no había leído nada de él hasta que un amigo, por sorpresa, me plantó delante esta novela.

—Tienes que leerla. Nunca había imaginado así un cerco...

Le di la vuelta al libro y leí la sinopsis: una novela histórica bélica ambientada en el siglo XV, en la frontera entre el Imperio otomano y la cristiandad. Una historia épica de resistencia contra el invasor. El asedio de una fortaleza. En fin, nada del otro mundo... hasta que una frase llamó mi atención.

«Escúchame bien —dijo el intendente en un tono más íntimo—: yo he tomado parte en muchos asedios, pero aquí —señaló con la mano en dirección a la fortaleza— va a tener lugar una de las matanzas más terribles de nuestro tiempo. Y tú debes de saber mejor que yo que de las grandes mortandades salen siempre grandes libros —aspiró profundamente—. Tú tienes en verdad la ocasión de componer una crónica bélica en la que pueda olerse la pez y la sangre, y no uno de esos cuentos repletos de florituras y urdidos al calor del hogar por unos mocosos que no han visto jamás una guerra ni siquiera de lejos».

Al llegar a casa iba a dejarla en la interminable pila de pendientes, en espera de su turno, pero algo me hizo cogerla de nuevo. La abrí por la primera página, leí por encima el prólogo y me tropecé con la primera línea: «Hacia el final del invierno, cuando los enviados del sultán turco partieron, comprendimos que la guerra era inevitable». Ya no pude parar de leer.

La historia es sencilla: Kadaré narra el asedio de una fortaleza albanesa por parte de las tropas otomanas durante el gobierno de Jorge Castriota, un nombre que aquí no nos dice nada, pero que en Albania conoce todo el mundo, pues es uno de sus héroes nacionales.

La historia se cuenta, fundamentalmente, desde el punto de vista de los atacantes, aunque lejos de centrarse en un solo narrador va pasando de uno a otro, enfocándose ora en el cronista, ora en el intendente, el poeta, el bajá o las mujeres de su harén. Y esta multiplicidad de puntos de vista es uno de los grandes aciertos de la novela, que consigue meternos de lleno, de una forma casi hipnótica, en la gigantesca maquinaria bélica de un ejército de asedio.

Esta multiplicidad de puntos de vista es uno de los grandes aciertos de la novela, que consigue meternos de lleno, de una forma casi hipnótica, en la gigantesca maquinaria bélica de un ejército de asedio.

Hay algo en El cerco que te impide parar de leer: una capacidad de sugestión que envuelve al lector y lo lleva en volandas, que lo sumerge en el día a día de hombres que sufren, esperan, aman, se emborrachan y rezan; de peones y cronistas, de criados y grandes señores. Nunca había palpado con tanta intensidad la intrahistoria de un asedio, las intrigas entre las facciones del ejército, ni imaginado con tanto detalle la tremenda complejidad logística de un cerco. Algunos episodios, como el primer asalto a la fortaleza o la descripción del mercado de cautivas, tienen una fuerza magnética.

El resultado es una novela vital y absorbente, narrada con maestría y repleta de aciertos estilísticos, un mosaico de personajes potentes y seductores, estrambóticos, humildes y poderosos, de reflexiones y de puntos de vista que permiten hacerse una idea muy viva del enjambre humano de un asedio.

Y, al mismo tiempo, El cerco es también una novela de indudable aliento épico, una lucha férrea por vencer la resistencia de los sitiados, un escenario de dolor, de sufrimiento y de coraje, de cobardía, de intrigas, desesperación y tragedia.

Una novela con mayúsculas que habla del ser humano y sus empeños. Una delicia.

 

Hala, ya me he quedado a gusto. Y tú, ¿la has leído? 

 

 

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