Hasta el más curtido lector se lleva una sorpresa de vez en cuando. Y a veces, solo unas pocas veces, es una buena sorpresa. Una de esas que te dejan el paladar repleto de sabores deliciosos. Aunque no fueran los que te esperabas al empezar a comer, digo a leer.
Sí, esto es lo que me ha pasado con Los dueños del viento, de Patxi Irurzun, autor que confieso no conocía. Pero claro, ¿cuándo me he resistido yo a una novela de piratas? Ni siquiera la espantosa portada (la mires por donde la mires es espantosa, no me digas que no...) consiguió disuadirme de ponerme con ella. ¡Piratas de la Tortuga, los Hermanos de la Costa, nada menos!
Hala, a leer. Y entonces, la sorpresa: pero, ¿dónde están los piratas? Autos de fe, persecuciones de la Inquisición, akelarres... Todo muy interesante, es verdad, pero, ¿dónde están los piratas?
Seguí leyendo con la mosca detrás de la oreja, hasta que me descubrí absorto con la historia, con los personajes, con Zugarramurdi y los corsarios franceses... y comprendí que ya no me importaba cuándo aparecieran los dichosos Hermanos de la Costa. Justo en ese momento, aparecieron, claro. Cómo no. Y seguí disfrutando de lo lindo.
La famosa caza de brujas en Zugarramurdi, el auto de fe de Logroño de 1610, las cárceles secretas de la Inquisición, los bucaneros de La Española, los Hermanos de la Costa y la república libertaria que intentaron crear en la isla Tortuga, los corsarios vascos del mar Caribe... Joanes de Sagarmin, protagonista y narrador de esta novela vivirá todas estas peripecias tras huir de la pequeña aldea navarra de Zugarramurdi. Perseguido por la Inquisición, encontrará refugio junto a otros huérfanos y huidos de la justicia, primero en el sur de Francia, junto a los terribles corsarios vascos, y después en el Nuevo Mundo, donde se convertirá en músico de una tripulación pirata. A lo largo de su agitada vida, el destino de Joanes permanecerá siempre unido al de un encantador y cruel filibustero, Kuthun, y al de la misteriosa Morguy, la joven vidente y ayudante del inquisidor Lancre. Entre los tres se establece un triángulo de amor y odio, en cuyo centro permanece la búsqueda de una libertad que el destino y la cuna parecen haber negado a quienes tienen como única posesión el viento y esperan que alguna vez sople a su favor.
En realidad, pese al título, que suena a jarcias y masteleros, a obenques y garfios de abordaje, Los dueños del viento no es una novela de piratas. Mejor dicho: no es solo una novela de piratas. Es mucho más.
Es una magnífica novela histórica, bien documentada, con peso y fundamento, insertada en un momento clave y en dos escenarios, el viejo y el nuevo mundo, con precisión de cirujano, una novela capaz de retratar tanto el ambiente opresivo y cerril del fanatismo religioso de Zugarramurdi y su caza de brujas como el viento de libertad que recorrió La Española de la mano de los bucaneros y los Hermanos de la Costa, allá por las primeras décadas del siglo XVII... y de hacer ambas cosas con maestría.
Es una estupenda novela de aventuras. De las de capa y espada, de bucaneros y piratas, de traiciones, osadías y enfrentamientos, de las que se leen con la lengua fuera y la imaginación desbordada. Una historia de islas con palmeras, hogueras en la playa y carnes asándose al espetón mientras la tripulación se entrega a la bebida y las canciones.
Pero es, también, o por encima de todo, una novela sobre la amistad y un alegato contra la sinrazón de los poderosos. Sobre el fanatismo y sobre lo rápido que se contagia, sobre la estupidez y el amor, sobre la fidelidad y el coraje de luchar por sobreponerte a tu destino. Cuestiones universales que van mucho más allá de los límites de una novela de aventuras, e incluso de una novela histórica, y que convierten a Los dueños del viento en un gozoso paseo literario por el siglo XVII. Y a Patxi Irurzun en un autor para seguir de cerca.
Dime, ¿conocías a este autor?
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